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Aquí hay un poco de todo. No será un lugar demasiado original ni distinto, pero acaso si lo suficientemente entretenido como para que tengan ganas de volver.

23 de junio de 2016

El silencio

Los que han asistido a algún entierro militar o a alguna retreta donde se llama a silencio, recordarán la melodía llamada El Silencio, conocida también en el mundo sajón, como Taps.
Este toque de queda, casi siempre nos produce un extraño extremecimiento y acaso un nudo en la garganta y usualmente nos trae lágrimas en los ojos.
Ésta es su historia:
Todo comenzó en 1862 durante la Guerra Civil Americana, cuando el Capitan Médico del Ejército de la Unión, Robert Elly estaba con sus hombres cerca de Harrison’s Landing en Virginia. El Ejército Confederado estaba al otro lado del angosto terreno. Durante la noche, el Capitan Elly escuchó los quejidos de un soldado que estaba mal herido en el campo. Sin saber si se trataba de un soldado de la Unión o de la Confederación, el Capitán decidió arriesgar su vida y traer al hombre herido para la atención médica. Arrastrándose de vientre a través de los disparos, el capitán llegó al soldado herido y empezó a tirar de él hacia su campamento, mas pese a los esfuerzos el soldado alli atendido por el medico, expiró.
El capitán pudo encender un a luz, se quedó sin aliento, paralizado por el shock. Se trataba de su propio hijo. El chico estaba estudiando música en el Sur cuando estalló la guerra. Sin decirle nada a su padre, el muchacho se alistó en el ejército confederado.
A la mañana siguiente y con el corazón destrozado, el padre pidió permiso a sus superiores para dar a su hijo un entierro con honores militares a pesar de estar en el bando enemigo y si podría tener un grupo de los miembros de la banda de músicos que tocaran en el funeral de su hijo.
La solicitud fue negada en vista que el soldado pertenecía al ejército del la Confederación, no obstante por respeto al padre, le dijeron que sólo podian darle un músico.
El Capitán escogio a un cornetero para que tocara una serie de notas musicales que encontró en el bolsillo del uniforme del jóven fallecido. Esas notas eran la melodía inolvidable que ahora conocemos como El Silencio
Ya en el siglo XX, se le agrego letra, cuya traducción
El día ha terminado. Se fue el sol,
de los lagos, de las colinas.
de los cielos. Todo está bien.
Descansa protegido. Dios está cerca.
La luz tenue, oscurece la vista
y la estrella, embellece el cielo
Brillando luminosa, desde lejos
Acercándose, cae la noche.
Agradecimientos y alabanzas
para nuestros días
debajo del sol, debajo de las estrellas
debajo del cielo.
Así vamos
Esto sabemos. Dios esta cerca
Casi todos los ejércitos del mundo usan esta melodía, variando el contexto e instrumentación y de una duración aproximada que permite rezar un padre nuestro.



Ausencias

Cuando ella se fue, me dijo: “Disfrutá mi ausencia”.
Y me quedé dando vueltas en torno a esa frase.
La verdad es que no sé si es esa odiosa eficiencia a la que llamamos madurez o algún otro mecanismo que no me atrevo a descubrir, pero lo concreto es que no disfruto ni sufro la ausencia de nadie.
Recuerdo que Carl Sagán en un reportaje con Ann Duryan, sostenía que el universo era casi todo vacío y ausencias y que la vida era un milagro que maravillaba solo pensar en ella. Dolina, sin que me conste que leyera Sagan, decía que en este universo uno está casi siempre en ninguna parte, y que no valía acaso la pena andar preocupándose por encontrar un lugar en él, que no es otra cosa que una forma mas chusca y elegante de decir casi lo mismo.
Ambas reflexiones autorizan a considerar que la ausencia es una constante natural.
Y estoy comenzando a sospechar que debe ser así.
Que lo excepcional es la compañía.
Para sopésarlo caseramente invertí los términos de mi dudosa ecuación existencialista, y sin caer en las garras de los pensadores y filósofos, que tendrán tres millones de leguleyas razones para fundamentar a favor y en contra, descubrí, no sin cierto pavor, que al revés NO funciona.
Uno SI disfruta o sufre las presencias de las gentes.
Acude en mi ayuda Jean de la Bruyere que - ácido y punzante - me murmura que la pena por la ausencia es felicidad, comparadola con sufrir una presencia indeseable, sin dejar de hacer notar, que la felicidad es un sentimiento esencialmente negativo: Es la ausencia de dolor.
Parece que el negocio entonces es preocuparse por disfrutar las presencias que de por si son excepcionales, mas que sufrir ausencias, que son muchas y casi unánimes.