Me pareció oir la conversación estableciendo la cita, los horarios, las condiciones o acaso fuera solo un recuerdo que acabé de inventar para desarrollar el relato.
Se que fue real porque a partir de él se disparó, en esa selva de emociones y sensaciones en la que yo vivía junto a mis hermanos y demás congéneres, un temporal de adrenalina, de hormonas, deseos, ansiedades y temblores acreciendo en duchas, masajes, afeites, ceras y aqua velvas perfumadas de turgencias y perturbaciones eréctiles apenas disimuladas en paños menores debutantes.
Repase mi existencia, menos para hacer un inventario que para acomodar las valijas. Yo nací al mundo junto a un montón de ilusiones, anhelos, búsquedas y emociones diversas de un hombreton no demasiado diferente a la mayoría de los que habitaban aquel barrio de clase media urbana y ritual. Prontamente descubrí que la unicidad requiere de orden y que turnos y colas lo establecen. Aprendí que el orden es inalterable, tenaz, pero que también es implacable e inexorable.
La espera en ese universo es una constante y me acomode para esperar.
Fui causa y efecto, objeto de estudio de profesionales y tema de conversación de presuntuosos y fanfarrones de bar. Algunos hermanos murieron solos, en epopeyas de poca monta, berretas y olvidables y otros necesitaron oscuros recovecos del alma para poder ser. Unos tuvieron orgiásticas ejecuciones públicas y algunos más vivieron la plenitud de una muerte gloriosa, épica, recordable por todos los tiempos.
Y esa acaso haya sido la utopía de mi existencia: Ser recordado por siempre, que es también una forma de no morir, de no correr destino de archivo, porque dicho sea, ese es el destino que le espera a los de mi laya.
Con el transcurso del tiempo yo también iré mutando desde un cosmos de perspectivas épicas a un barrio de recuerdos en el que seré ordenado, cronometrado, medido y pesado antes de pasar a una especie de museo, biblioteca o acaso cementerio en que serviré apenas de curiosidad y de estadística.
Pero volvamos a aquel día.
En poco tiempo seria el protagonista esencial de un episodio único, brutal, volcánico, pero a su vez fugaz, efímero, de un laconismo estremecedor ante tanta expectativa, y desde ese momento seguiría viviendo en el mismo continente de siempre, pero ya plasmado, real, evocable, nato y hasta acaso identificable. El pasaje por aquel túnel esencial me convertirá en historia, vitrificado en un tris del pasado, sin posibilidades de modificar nada, acaso apenas susceptible de ser recordado, tal vez asociado con alguna identidad o alguna fecha como extremo recurso de individualidad
Fue por eso tal vez, que cuando recibí la notificación de que era mi turno decidí prepararme. Conversé con el encargado, me asesore con recuerdos viejos, recorrí los depósitos pertinentes, me agencié de una cantidad adicional del material necesario en aquel viaje, me hice contar anécdotas vividas por otros e hice reservas para asegurar mi propio nicho.
Y llego la hora.
El continente era un volcán.
Éramos muchos y con funciones complejas y diferentes.
Las hormonas mas activas disparaban alertas y endiabladas combinaciones químicas se apresuraban en sonrosar una mejilla, en erizar la piel, en aumentar el ritmo cardíaco, a exigir mayores caudales de oxigenación, en bombear cuerpos cavernosos, en inflamar humedales, en disponer miradas y alientos. Vino una andanada de precursores provenientes del control central y un aluvión de lubricantes marchó a cumplir su cometido.
Y poco a poco fue vaciándose aquella sala de espera y asi se fueron neurotransmisores y humores disparados por el límbico a rincones recónditos del cuerpo. En un vehículo viscoso y veloz vi embarcar los espermatozoides y a las encargadas de las contracciones musculares las observe presurosas arrojarse al torrente sanguíneo hasta desaparecer.
Sabía que el próximo era yo.
Entonces abrí mi valija de dopamina salude brevemente a nadie, pues nadie quedaba ya en aquella sala y me zambullí en aquel torbellino en el que ráfagas químicas disparadas en todas direcciones fulguraban refucilos de convulsiones y vértigo que me aniquilaron en espasmos de placer y algarabías que se fueron lentamente remansando y en la alta noche de aquellos amantes naci a los tiempos y pase a ser un orgasmo consumado, ocupando mi sitial en la historia de aquellos personajes.
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