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Aquí hay un poco de todo. No será un lugar demasiado original ni distinto, pero acaso si lo suficientemente entretenido como para que tengan ganas de volver.

29 de mayo de 2016

REQUIEM PARA PAISAJES DE CATAMARCA

Hoy fue un día aciago.Tuve que dar de baja de mi ajuar de soltería a “Paisajes de Catamarca”. Ya mismo hay que decir que se trata de un mantel que me acompaña desde el mismo día de mi segundo divorcio, bueno, para hablar con justeza, desde el día de mi segunda separación.
Nunca supe su origen, ni cómo fue que llegó hasta la casa que compartía con mi esposa de aquellos años. Ni siquiera sé si lo usamos alguna vez, aunque presumo que si, pues cuando lo vi por primera vez no me pareció que fuera un debutante.
Si se que a mi vida se sumó en ese sublime momento en que cargué un bolso con lo que agarré, desenchufe la compu, subí al perro, pegué un macho portazo y partí, eufórico, a navegar nuevos mares, a vivir formidables gestas románticas, desde el puerto del nuevo bulo alquilado en las periferias de las cuatro avenidas, euforia que por cierto, me duró exacta setenta y dos horas, las mismas que tardé en que me caigan las fichas de que de nuevo estaba, como dice una amiga, “en la puta calle”.
Esas setenta y dos primeras horas el recién separado las pasa en piloto automático, mas yo, que no era primerizo en esos menesteres.
Sin darme cuenta se volaron tres días avisando a los amigos y próximos colaterales que me busquen en la calle Paraguay al ochocienputamadre, departamento B, la nueva dirección a todo efecto, que no me llamen por TE al fijo que figuraba en la guía si no querían recibir toda clase de improperios, contando repetidas veces que fue una decisión definitiva, que san puta se lleve al matrimonio y recurriendo a las bataclanas amigas y celestinas conocidas para armar un nuevo fíxture social.
Pasado ese primer arranque, la adrenalina decrece, la testosterona perfila el equilibrio y uno se atreve a desembalar.
Allí recién me di cuenta que no tenía heladera ni cocina, ni ollas, ni platos, ni cubiertos, ni mesas, ni sillas, ni ropero, que calentaba agua con un calentador eléctrico sumergible, dentro del termo que me prestó un amigo, que tomaba mate, terere y me cepillaba los dientes con el único recipiente capaz de contener algo de agua: Mi viejo mate de guampa, sobreviviente de miles de batallas en todos los frentes y que nunca se baja del auto, ni para mear.
Bueno, allí estaba de nuevo, sólo, con una camita de una plaza, un colchón pobretón, un par de frazadas y el bolso negro aquel, conteniendo dos o tres calzoncillos, media docena de remeras, algunas camisas, las que estaban en las perchas, es decir las que les faltan botones en los puños, estaban agujereadas, manchadas o son de lana. Completaban aquel atado, una tricota de punto de dudosa utilidad en pleno diciembre, una toalla, una funda, dos sábanas de una plaza, todas de juegos distintos y un mantel verde…
- Eh?
- Un mantel verde…
- ¿Y para qué querrías un mantel verde si no tenías mesa?
- Que se yo. Allí estaba. En el fondo del bolso, como si hubiese sido el primero en alistarse para acompañarme.
Tal vez quedo allí de alguna vez que se cargaron ropas en ese bolso, no lo sé, pero allí estaba.
Al principio no le di mucha pelota. 
A los cinco días debutó como toalla. 
Después hizo de sábana mientras recuperaban la salud las titulares. 
Fue después de casi dos meses de aquella soltería, que me hice de una mesa y allí el mantel recuperó la identidad de Mantel Verde. 
Se sentía feliz. Podía percibirlo. 
Su verde loro brillaba de un modo diferente dándole más cuerpo, más presencia a la miserable mesita de sesenta por metro veinte con cuatro sillas de caño, tamaño jardín de infantes que pude agenciarme vaya uno a recordar cómo. 
Para festejar el completamiento de mi modesto mobiliario invite a cenar a una señorita que lo elogió descaradamente: que era del color adecuado para el blanco de las paredes; que los platos contrastaban adecuadamente con ese fondo de color tan sublime - eran dos platos durax marrón de esos de feria Todo por Dos Pesos, que es el lugar donde uno rearma rápidamente el arsenal de cocinero - lo cual fija dos pautas esenciales: el dudoso buen gusto de mi invitada y que en tiempo de guerra, cualquier pozo es trinchera.
Pero allí estuvo él, cumpliendo fielmente las funciones de engalanar el altar de los sacrificios en aquel matadero de soltero.
Años mas tarde y con tres o cuatro mudanzas a cuestas, desembarcamos en un puerto de cierta tranquilidad y estabilidad. A esas alturas si bien le había conseguido un floreado compañero de ruta y él ya lucía tal vez un poco más pálido, aun conservaba su coloratura. Fue Guadalupe, mi amiga mexicana, que acaso desconociendo todas las propiedades del hipoclorito de sodio, una tarde de lavazón le aplicó unas dosis marcadamente desmesuradas de Ayudín Concentrado provocándole un desteñido mimético que le valió su nueva y definitiva identidad: Paisajes de Catamarca, el de los “mil tonos de verdes”.
En los últimos tiempos del viejo Santiago, mi casa se convirtió en trinchera desde donde acompañábamos – toda la familia – la batalla sabida de antemano perdida. 
En aquellos momentos, Paisajes de Catamarca y si fiel compañero floreado se turnaban para mantener elegante y bien vestida la mesa de todos los días.
Fue sufriendo el paso del tiempo, igual que yo, que todos. 
Un día se nos fue el otro compañero de andanzas con nombre propio dentro de la casa – el perro Facundo – Decidió adelantarse en el viaje y quedamos solo él y yo.
Hoy lo fui a buscar para un relevo del floreado y descubro que de su última batalla el día de mi cumpleaños también a él la vida lo trato duramente y quedó muy mal averiado. 
Lo mire largamente: Los taninos de algún malbec mal servido, o algún mamado que calculó mal la distancia lo manchó malamente. Para completar unas grasas rebeldes le agregaron ciertos desagradables lamparones y un duelo entre un cuchillo y una pizza le completo un tajo que su sufrida urdimbre no pudo soportar dentro del lavarropas, lugar del que salió luciendo unos lamentables girones que obligan a tocar a rebato las campanas para despedir del servicio activo al amigo.
Pero, ¿qué puede hacerse con un mantel jubilado, aún con muchas historias sobre su lomo?
Nada más que trapos para otros usos. 
Y así fue que hoy, en necesitando un trapo para aplicarle Blend a un mueble, vi a la señora de la limpieza con un sonriente retazo de Paisajes de Catamarca.
Se me piantó un lagrimón.
Que se le va a hacer.


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