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23 de junio de 2016

Ausencias

Cuando ella se fue, me dijo: “Disfrutá mi ausencia”.
Y me quedé dando vueltas en torno a esa frase.
La verdad es que no sé si es esa odiosa eficiencia a la que llamamos madurez o algún otro mecanismo que no me atrevo a descubrir, pero lo concreto es que no disfruto ni sufro la ausencia de nadie.
Recuerdo que Carl Sagán en un reportaje con Ann Duryan, sostenía que el universo era casi todo vacío y ausencias y que la vida era un milagro que maravillaba solo pensar en ella. Dolina, sin que me conste que leyera Sagan, decía que en este universo uno está casi siempre en ninguna parte, y que no valía acaso la pena andar preocupándose por encontrar un lugar en él, que no es otra cosa que una forma mas chusca y elegante de decir casi lo mismo.
Ambas reflexiones autorizan a considerar que la ausencia es una constante natural.
Y estoy comenzando a sospechar que debe ser así.
Que lo excepcional es la compañía.
Para sopésarlo caseramente invertí los términos de mi dudosa ecuación existencialista, y sin caer en las garras de los pensadores y filósofos, que tendrán tres millones de leguleyas razones para fundamentar a favor y en contra, descubrí, no sin cierto pavor, que al revés NO funciona.
Uno SI disfruta o sufre las presencias de las gentes.
Acude en mi ayuda Jean de la Bruyere que - ácido y punzante - me murmura que la pena por la ausencia es felicidad, comparadola con sufrir una presencia indeseable, sin dejar de hacer notar, que la felicidad es un sentimiento esencialmente negativo: Es la ausencia de dolor.
Parece que el negocio entonces es preocuparse por disfrutar las presencias que de por si son excepcionales, mas que sufrir ausencias, que son muchas y casi unánimes.

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