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13 de marzo de 2016

YO NO QUIERO CAMBIAR EL MUNDO

Libelo contra Elma Correa y sus exegetas

En la revista digital Tierra Adentro de la Dirección General de Publicaciones de Conalcultura de México aparece – la encontré por un casual – un bravo opúsculo titulado “¿Quieres cambiar el mundo? “escrito por la mexicana Elma Correa.
La cito:
“Odio a los poetas de mediana edad. Los odio. Esos que ganaron un certamen municipal o una beca estatal y llevan su libro de 1998 a todas partes. Esos que no se pierden ningún evento cultural porque son los únicos momentos en que pueden beber vino, aunque sea barato, y alardear acerca de su próxima obra maestra, esa que llevan escribiendo la mitad de su vida y que revolucionará el lenguaje y nuestra manera de ver a los árboles y las flores”.
Lo que sigue y antecede tampoco es muy importante aunque del mismo y encendido tema y tono.
La inmediata remisión a “Premática del desengaño contra poetas güeros”, del genial Francisco de Quevedo me dispuso a leer el apasionado y vehemente reclamo pensándolo proveniente de alguien consumado gastando ocio en corregir descarriados.
El odio visceral hacia los poetas que destila el intento, me hundió en la necesidad de buscar algo más de tan elevada personalidad de las letras, menos para saber que me estaba perdiendo como para ver a quién debía dirigir mi admiración en el futuro.
Descubrí, no sin pavor, que la ilustrísima emisora del mensaje es, - se hace llamar - narradora; que ha publicado en revistas como Shandy, Vice, Literal, Tierra Adentro, El Guardagujas, Generación y Emeequis; que está incluida en las antologías Breve colección de relato porno, Cuadernos del Periodismo Gonzo y Lados B; que tiene estudios en Literatura y Creación Literaria por la UABC. (Universidad Autónoma de la Baja California), es decir no mucho más que yo o que muchísimos de mis colegas y amigos, silenciosos laburante de las letras gratuitamente agredidos.
Liberado de redactar mi epístola laudatoria pensé que lo oportuno seria ignorar y no dar entidad ni identidad a la provocación ni a sus difusores, empero después la vehemencia, siempre la puta vehemencia, me hizo ensayar un alegato, al que inicialmente pensé titularlo: Respuesta a Elma Correa, pero la escasa monta de tal epígrafe no valdría ni el tiempo empleado en pensar una respuesta, así que dejé el titulo para después y decidí jugarme, darle la razón, odiar yo también a los poetas y tratar de encontrar la razón de tan desventurado sentimiento hacia los escribas del orbe. Llegué a la conclusión de que se trata de una provocadora mas del mercado marginal tratando de ganar espacios entre la nube de malos escritores que poblamos el mundo.
Apenas eso. Una escritora hablando mal de otros escritores.
Mezquino y miserable propósito sino se tratase de una provocación que habla peor de quienes lo repiten que de quienes trata de agraviar.
Decidí entonces ensayar unas letras de alegato a favor de lo que Walt Whitman enfatizaba desde su métrica efusiva e irregular: Lo importante no es lo que un poeta no sabe hacer, sino lo que hace.
Octavio Paz también recoge el guante del vilipendio en su fervorosa defensa de la poesía:
“Dicen que la poesía es un trabajo estéril y no sirve para nada, pero puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, asustar una soledad y alejar una tristeza. Sirve para reflexionar acerca de si las piedras hablan o si la luna es medicina para el mal de amores o la muerte de un minuto en las manos del tiempo. Por medio de la poesía podemos hacer hablar las flores y voltear el cielo de cabeza, cambiar la tarde de lugar. Es un buen recurso para transgredir la monotonía y curar el insomnio, porque la poesía encarna cabalmente la aventura emocional de la palabra.”
Envalentonado con cuatro estrofas de Martí, repase Machado y me lancé.
Es evidente que algunos susceptibles tienen tanta razón como insidia, por eso vengo al ruedo representando al único gremio en el que puedo sentirme a gusto, la única familia literaria de la que me considero miembro pleno por derecho propio: La gran familia de los escritores malos.
Y en nombre de todos ellos, que comprende también a los poetas, yo les agradezco que hablen de nosotros porque de nosotros nadie habla.
Y nadie habla porque estamos por todas partes.
Y cito a otro que nos dice:
Poblamos los escaparates de las librerías, desembarcamos en congresos, ferias de libros y tertulias de calañas diversas con nuestras catilinarias multidisciplinarias. Ganamos cientos de concursos literarios cada año y si se descuidan llenamos los buzones de correo con varios de nuestros libros. Y Gratis.
Pero las revistas literarias nos ignoran, no figuramos en los manuales, las antologías serias ni nos mencionan. A veces pienso que la única que nos contendría sería una antología titulada: "Lo mejor de lo peor", pero parece que nadie se atreve a editarla. En suma, el mundo actúa como si fuéramos invisibles.
Y aunque nosotros mismos, a veces, no queramos verlo, existimos, somos, estamos acá y no nos van a silenciar. Seguiremos escribiendo nuestros pésimos ripios. Es nuestro derecho y nuestro destino. Y además, la estadística está de nuestro lado: somos una silenciosa y aplastante mayoría.
No cualquiera es de los nuestros.
Para ser mal escriba no basta con cometer errores ortográficos ni es suficiente con saltarse algún precepto de la sintaxis o hacer un mal uso del idioma. No señor. Los malos poetas y escritores vamos por más.
Para empezar, ignoramos redondamente la tradición y nos dejamos seducir por todo lo que se nos presente bajo el mote de lo novedoso. Lo nuevo, si malo, doblemente nuevo, por eso los malos poetas y escritores nos pasamos la vida leyéndonos los unos a los otros, en una reciclada al infinito ronda masturbatoria en la que los clásicos no son sino papel de emergencia cuando el rollo se acaba.
Los malos escribas no conocemos la goma de borrar ni la papelera de reciclaje, ni la fogata redentora de infortunios y malas ideas
Los malos escribas no conocemos el miedo a la imprenta.
Los malos escribas no sabemos el miedo al justiciero paso del tiempo.
Los malos escribas estamos vacunados contra el miedo escénico.
Los malos escribas nunca atinamos cuándo parar.
Los malos escribas aburrimos al lucero del alba hablando de cuentos y de ser posible, los nuestros.
Los malos escribas damos los buenos días enviando nuestros versos al E-mail, felicitamos el cumpleaños de todos en el Face con textos propios, acechamos las esquinas planetarias para hacernos los encontradizos, dictamos talleres literarios a los que no va nadie y cuando encontramos un amigo, después del clásico y protocolario apretón de manos, sacamos del bolsillo un papel de estraza emprolijado a mano, o el reverso de una factura de compra de desodorante de ambiente con el último verso que se nos ocurrió en el semáforo de 25 y Moreno.
Porque los malos poetas y escribas, señores, escribimos en cualquier parte y en prosas o en versos libres que parecen siempre sujetos en libertad condicional.
Los malos escritores somos sordos a las cacofonías, inválidos para el sentido del ritmo, ciegos para cualquier asomo de cursilería, de ridiculez, de vacuidad.
Somos de todo, menos mudos, porque no tenemos nada que decir, y además lo decimos. Y no solo eso sino que seguimos hablando mucho tiempo después de que el lector se haya marchado.
Los malos escribas somos oscuros cuando queremos parecer profundos, trasnochados cuando queremos ponernos a la vanguardia, cursis cuando queremos ser provocadores, empalagosos cuando nos ponemos exquisitos, chistosos cuando queremos tener gracia, sensibleros cuando aspiramos a ser sentimentales, ingenuos y pelotudos cuando queremos ser audaces, pedantes cuando presumimos y patéticos cuando queremos resultar cool.
Un buen escritor puede tener tal vez momentos de distracción, pero uno malo nunca desaprovecha una oportunidad para ejercitarse.
Nos odian pero no se dan cuenta de que nosotros también somos literatura.
Como los grandes, pasamos noches en vela garabateando textos, por aquí y por allá emprolijando vanalidades, soñando con nuestras glorias imposibles.
También cuesta tiempo y esfuerzo, y hasta sangre, sudor y lágrimas, escribir malos textos y versos
Quieran o no, también somos literatura.
Y somos importantes
Un buen gambusino sabe que hace falta remover mucho barro para encontrar una pepita de oro, de igual modo, hacen falta muchos miles de malos escritores para que nazca uno bueno.
Y si gustan de las estadísticas miremos un rato, y me cito:
De cada 1000 personas, 800 saben escribir.
De cada 1000 personas que saben escribir, solo 200 lo hacen regularmente
De cada 1000 personas que escriben regularmente, 120 escriben con algún criterio estético
De cada 1000 personas que escriben con criterio estético, 80 hacen alguna forma de literatura.
De cada 1000 personas que hacen literatura, 50 logran cierto reconocimiento, hacerse conocidos
De cada 1000 escritores que logran hacerse conocidos, 10 pueden vivir de su profesión
De cada 1000 escritores que logran vivir de su profesión, solo 1 es millonario, famoso, reconocido.
Dividamos la cantidad de escritores famosos que hay en la actualidad - 1000?, 5.000?, 10.000?-, los habrá? digamos que sí, - concedámoslo - por 7.000.000.000, los habitantes del planeta: 10.000/ 7.000.000.000 = 0.00000145…
¿Pueden entenderlo? Qué digo. ¿Pueden pronunciarlo?
A ver.
Lo traduzco.
Las matemáticas dicen que solo uno de cada ciento cuarenta y cinco millones de personas es un escritor, rico y famoso.
Como verán, nuestras deyecciones abonan el predio que cultivará las más hermosas rosas.
Sépanlo los que nos odian.
Sin nosotros el sistema no funciona
Imaginen, si el odio les deja, un mundo en el que fuéramos todos buenos escribas y nuestros libros, todas genialidades y en el que toneladas de talento y sensibilidad fueran repartidas equitativamente.
Lo aseguro sin temor a equivocarme: Ese mundo seria aburridísimo pues tendría una uniformidad espeluznante, sometido a la tiranía de lo sublime.


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