Apremiado por las urgencias de un desarreglo y con retorcijones agregando angustias, pedí permiso en aquella casa en la que circunstancialmente estaba cerrando un delicado asunto y al baño me mandé apenas con tiempo para desabrochar el cinturón.
Con el hecho consumado, sentado en el atrio de los dioses, ya mas calmado e iniciando el breve y aliviado reconocimiento visual de aquel desconocido baño, una duda me asaltó casi con la misma fortaleza de mi desesperación inicial: ¿Es realmente posible que este baño tenga dos inodoros?
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