La amé, sin dudas, y me amó, también sin dudas, pero conspirábanle a aquella aventura, nuestra extrema juventud y las ganas de volar.
Éramos muy jóvenes, tanto que ni siquiera sospechábamos que jamás se repetiría la dulzura experimental de aquellas sensaciones y dimos por sentado demasiado cosas.
Un día descubrimos que teníamos alas y el estrecho entorno de nuestras vidas no alcanzaba para que voláramos juntos. Comenzamos a preocuparnos menos por estar juntos que por los espacios infinitos que no explorábamos y así, diluidas las pasiones, dispersos los sentimientos, sin amarres ni condiciones, con el documento y tres pesos desplegué alerones y salí a recorrer el mundo.
No la olvide, pero la recordé a chispazos, un aeródromo, un puerto más en la larga lista de paradas técnicas que fui haciendo en la vida
A lo largo de todos estos años, alguna vez sentí la curiosidad de saber que había sido de aquella niña.
No tuve suerte o no puse el empeño necesario.
Sólo volví a los lugares comunes, la plaza de la primera cita, los rincones secretos de la ciudad, esos que conocen los amantes pues permiten los escarceos sin demasiado costo, algunos ya ni existían después de tantos años, derrotados por el progreso, algún amigo común de aquellos años, que acaso se formulaba la misma pregunta que yo y no mucho más que eso.
Alguien me dijo que se había mudado a otra ciudad.
No pude evitar la imagen de vernos en un tren, uno en cada punta, sin vernos, sin reconocernos, sin sabernos, sin presentirnos, pasajeros del mismo destino.
Y nada más.
No alcanzó para la obsesión ni creí que valiera la pena el intento.
Ella estaría en su mundo, el que supo, quiso o pudo construir.
Y así estaba bien, alojada en el baúl de los recuerdos, en la borrosa nebulosa de la memoria al cabo de los años…
Hasta que hoy…”
Formosa, julio de 2013
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