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Aquí hay un poco de todo. No será un lugar demasiado original ni distinto, pero acaso si lo suficientemente entretenido como para que tengan ganas de volver.

29 de enero de 2017

MUCHO OJO CON LOS BAJITOS...

Uno de los espías más prolíficos del mundo fue un hombre de sólo cincuenta y ocho centímetros de estatura apellidado Richebourg, que pasó sus primeros años trabajando como sirviente para una familia en Orleans; sin embargo, a los veintiún años sería reclutado por una de las facciones de la Revolución francesa con el fin de convertirlo en un pasante de información al exterior.
El método utilizado era muy peculiar: Richebourg memorizaba el mensaje y acto seguido era rasurado y vestido como un bebé, siendo cuidadosamente cubierto con una manta. Una vez disfrazado, una anciana lo hacía pasar por la frontera bajo la inocente imagen de una criada paseando al hijo de sus empleadores. Con el tiempo la táctica fue variando y Richebourg a veces era dejado con su carrito al lado de oficiales del Gobierno o guardias, bajo la excusa y solicitud de la anciana de cuidarlo
unos momentos mientras se iba a hacer un mandado. En ese lapso, el diminuto espía trataría de captar algo de información de interés entre las charlas de los oficiales. Richebourg murió en París en 1858, a los noventa años.
* La nota pertenece Sergio Barros, para el libro Fraudes, engaños y timos de la historia


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