LAURA GARCÉS, es una poeta española, nieta del jurista y también poeta catalán TOMAS GARCÉS y me honra con su amistad.
Somos amigos desde la Hermandad Internacional de Literatos, e intercambiamos algunas cosas.
Una vez le pedí que me permitiera usar un cuento suyo en el taller literario. Se trataba de un ejercicio en el cual un organo del cuerpo tomaba vida propia. Ella me mandó un cuento suyo que se llama SIRUA, que es un anagrama de AURIS que significa oreja en latín, y se trata de la historia de una oreja que decidió abandonar a su humano y vivir en un vagón de un subte de Nueva York.
Sirua sirvió de disparador de imágenes para el ejercicio y asi nació ME GUSTA.
Acá lo comparto
Fue estampillero. Perteneció a un insignificante burócrata, cuya única función era pegar estampillas en una multinacional informática en Palo Alto. Cuarenta horas semanales de pegatina, sin vacaciones ni descansos, afectado crónicamente por el Síndrome del Túnel Carpiano.
Tan tedioso como
mojar y pegar papelitos engomados, era la rítmica cadencia del aburrimiento
sobre las teclas del control remoto del televisor, en la pocilga donde vivían.
La permanente
vigilia del irremplazable le sumaba responsabilidades y angustias.
Desvelado, una
alta noche cualquiera, cuando el hombre dormía su borrachera de tequila barato
y pornografía, se amputó y salió a ver el mundo por su cuenta, llevándose el
resto de la mano consigo.
La fantasía y la
comodidad literaria cauterizaron rápidamente el tajo y una cicatriz casi sin
imperfecciones clausuró rápidamente el sangrado y produjo el milagro de la
conciencia y movimientos propios en aquella diestra independiente gobernada por
el pulgar
La carrera por
abandonar el lugar antes que despierte el humano fue lo primero.
Pensó –
acertadamente- que hasta no tener el contrato asegurado, debía ponerse a
cubierto de las vistas de buchones, alcahuetes, delatores y viejas de estómagos
resfriados que no dudarían de llamar al 911 por el hallazgo de un miembro
suelto.
Y de los gatos
hambrientos, también.
Encontró refugio
en un alfeizar a unos pocos metros de la oficina de Mark, y allí se puso a
esperar la entrevista.
Repasar su
historia y repensar su futuro, le consumieron esas horas muertas.
Se intuía
antiguo y evolucionado. Sabía que arrancó desde el fondo de los tiempos del humano
y que su liberación de funciones en la marcha constituyó la diferenciación
crucial con los simios. No desconocía que la oponibilidad fue el factor que
determinó la habilidad de la especie para fabricar herramientas y que su
soledad frente a los otros cuatro dedos y la palma definió su robustez, lo que
lo hizo un primus inter pares, pudiendo tocarse con sus compañeros de pies a
cabeza, cosa que ellos no lograron. Desde entonces fue el gordo de la familia. Se
reconocía el especialista sensorial que logró ser uno de los detectores más
efectivos con su enorme cantidad de terminaciones nerviosas, lo cual fue una
ventaja evolutiva notable, a partir de que por su presencia fue posible
interpretar sensaciones sin ayuda de la visión.
Conocía que los
monumentos más admirables de la antigüedad, de alguna forma, le debían su
existencia y sus medidas: palmo, cuarta, jeme y pulgada.
No ignoraba que la
Roma imperial lo vio dictaminando sobre la vida y la muerte y que los Hermanos
Grim lo inmortalizaron para los niños, los que de todos modos no lo olvidarían
a la hora de procurarse un urgente y elemental chupete.
Por sus logros
en las comunicaciones, le sobraba vanidad. Desde la antigüedad, con el índice
había formado combinaciones antológicas.
En los lupanares
de Atenas, cuando a un hombre tenía deseos de involocrarse con alguna de las pecadoras
del lugar, no gastaba palabras; bastaba con cerrar el puño y levantar el dedo
índice. Si la hembra no tenía otro compromiso, le contestaba cerrando el pulgar
y el índice en la forma de anillo o círculo. Entonces el macho también formaba
anillo, metía en él el índice, y daba luego un tacazo, y pal fondo mi alma.
Tampoco
desconocía que fue ademán de copioso beberaje en las cantinas medievales donde
servían los buenos vinos de fermento, y que también, hasta hoy, señala a los
borrachos.
Sabía que después
de la Guerra de Secesión Norteamericana fue el silencioso equivalente del Cero
Muerto o 0 Killed en las pizarras de los campamentos después de las batallas, que
años más tarde, se transformó en el célebre O.K. tan típicamente yanqui, como
también típicamente yanqui es el símbolo universal del autoestop o de una llamada
telefónica, en complicidad con el meñique.
Lo que lo
desvelaba era el moderno reciclado de prosapia romanosa para aprobar o
defenestrar, ya no gladiadores, sino cualquier situación puesta a expectación
de millones.
Y eso era
precisamente lo que venía a conversar aquella mañana con Zuckerberg
Le fue bien,
pues allí está, feliz y definitivamente famoso, el pulgar del ME GUSTA del
Facebook
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