Bienvenidos

Aquí hay un poco de todo. No será un lugar demasiado original ni distinto, pero acaso si lo suficientemente entretenido como para que tengan ganas de volver.

30 de octubre de 2013

Las Voces del Camino - Zamba Mataca

Comparto este excelente material de edición y circulación muy limitada, del grupo señero del Folklore de Formosa. En el momento de grabar este material, el grupo estaba conformado por Miguel Alvarenga, El Tucu Pelusa Arriazu y Pedro Robledo.







29 de octubre de 2013

Carta a Alejandro. Cuento de Federico Princich


Formosa. Octubre de 2013.

Sr Alejandro Dolina
Le escribo desde el hospital donde estoy internado hace cinco días, para manifestarle los dudosos resultados de las instrucciones para buscar aventuras, que usted publicó en alguno de sus libros y que no puedo precisar, imposibilitado de moverme a raíz de los severos cuidados intensivos a los que estoy sometido.
Todo comenzó cuando llegaron a mis manos las susodichas fatídicas instrucciones.
Coincidí con sus apreciaciones casi desde la primera palabra.
Es verdad: cada día se hace más difícil en estos tiempos posmodernos vivir alguna aventura.
Le confieso, mi estimado amigo, permítame llamarlo así, que lo que yo creía eran aventuras formidables, con el paso de los años, desconozco si por los caprichosos mecanismos de la memoria o simplemente por la modestia de sus alternativas, apenas ocupan escasos minutos en los relatos, en esas aburridas tertulias de amigos, ya más propensos a hablar de la artritis que de las hazañas juveniles, y casi siempre después de forzar a los recuerdos con algún cordial de incierta procedencia o de algún destilado de enebro, que es el suplente del Tequila Tres Generaciones que solíamos tomar en tiempos más amables.
En fin, me pareció que usted tenía razón en eso de que las aventuras vividas en estos tiempos eran miserables y a decir verdad entre mis aventuras, si bien, no las más potentes, podía contar las de su enumeración: me había quedado encerrado una hora en un ascensor, había ganado un jarrón en una kermese y una vez me dieron un boleto capicúa.
Así fue que decidí probar su vademécum y me dispuse a buscar aventuras.
Comencé con la aventura de la mujer rubia.
Siguiendo su grimorio, había que encontrar una mujer rubia, bella y desconocida, y aunque las instrucciones no lo decían, también inteligente, lo que francamente la tornaba un despropósito, pero no me iba a andar con chicas habiendo grandes.
Mi primer descubrimiento fue que en la ciudad en la que vivo, encontrar una rubia desconocida era una desmesura. Había que descontar obviamente a las amigas, los travestidos, las peliteñidas, y las feas y fuera de eso, créame, no quedaba gran cosa.
Finalmente, con la complicidad de una peluquera atorranta, por unas pocas rupias obtuve un universo de tres candidatas: Una veterana muy pituca que la descarté cuando descubrí que tenía otros seguidores y que se hacía seguir sin disimulos, una señorita de ondulante cintura y, - usted diría - esforzados breteles a la que el motejo de Vampirella le quedaba pintiparado, y otra veterana que también fue descartada a causa del demasiado trato con los cosméticos.
Restaba saber si la elegida era inteligente, pero en mi afán por comenzar la aventura, apenas la sometí a un test de desenvolvimiento en un local comercial, y cuando la vi manejando un auto ya la supuse habilitada.
No fue difícil averiguar donde vivía y entonces comenzó este delicado asunto.
El primer día ni siquiera se percató de que la seguía. Fui tras ella de su casa al banco donde trabajaba, la seguí cuando fue al supermercado, esperé una hora en la vereda de un gimnasio y estuve bajo de un árbol frente a su casa hasta las once de la noche.
A los tres días ya era amigo de todos los perros del vecindario donde ella vivía. Recién al quinto día paró un patrullero y dos policías me pidieron los documentos. Resuelta las objeciones de los de gorra, seguí con mi tarea, pero una horas mas tarde me detuvieron. El cargo era bastante pesado: me acusaban de realizar tareas de inteligencia previa para perpetrar algún ilícito, pero para mi completo estupor, no fue la rubia la que me denunció sino un prospero mercader que vivía a media cuadra que andaba paranoico con eso de los secuestros.
Un abogado compinche logró mi excarcelación, con severa advertencia del juez respecto de algo así como merodeo, y la completa incredulidad de mis argumentos por parte del comisario, que para mi desgracia no lo leía a usted, es mas creo que ni siquiera sospechaba de su existencia, lo cual amerita -creo yo- que las escuelas argentinas dicten algún curso para que se sepa quiénes son nuestros mejores autores.
Superado el incidente –y el inciso-, adoptando algunos mínimos recaudos, continué mi silenciosa vigilancia.
Ostensible, paciente, perpetua.
Hasta su casa.
Hasta su trabajo.
Hasta donde fuere necesario, sin interrumpirse jamás.
Al pie de la letra.
Como manda el Manual.
Cada vez que ella entraba en un edificio, permanecía afuera esperando su salida.
No había disimulos.
La idea era que advirtiera cabalmente que la está siguiendo.
Pero no pasaba nada.
No se ponía nerviosa, no llamaba al vigilante, no cuchicheaba con sus amigas, nada.
Me ignoraba olímpicamente.
Así descubrí que era hábil con las computadoras, que leía a Bioy Casares, Borges, Maupasant, Chejov, Horacio Quiroga y Fontanarrosa y que escribía cuentos.
Que era hincha de Independiente, que le gustaba el folklore, que tocaba la guitarra y que amaba los perros.
Que vivía sola y que no tenía novio.
Pero seguía desconociendo mi obstinada presencia.
Pasaron meses, el asunto se me devino obsesión, abandoné mi trabajo, deje de frecuentar los lugares habituales, mis amigos me dejaron arguyendo excusas diversas. Lo único que había conseguido era convertirme en una sombra familiar y silenciosa en el barrio donde ella vivía y me gané una merecida fama de chiflado.
La rubia ni, la hora.
Poco a poco los vecinos fueron entrando en confianza. Me saludaban, me ofrecían agua o alimentos, otros me dejaban estar en los garages los días de lluvia, las viejas chismosas me preguntaban cosas y hasta cumplí, por encargo de alguno, pequeñas comisiones cercanas, hasta el almacén de la esquina o el kiosco de mitad de la otra cuadra.
Viendo que la aventura estaba resultando un estruendoso fracaso, que salvo incidentes menores como el de la falsa acusación, algún entredicho con el dueño de un perro que creyó que se lo estaba robando, no había pasado mayormente nada, entonces abandone la empresa.
Pasado unos días recibí en mi casa un sobre con una esquela de la rubia donde me explicaba que ella también leía a Dolina y que su aventura consistía en no dejarse seducir por los que, como yo, sólo buscaban aventuras.
Ese mismo día comencé la aventura del timbre que suena en la noche, pero créame, no me fue mucho mejor.
Al principio era cauteloso, casi parvulario.
Tocaba el timbre y huía hasta la esquina próxima, rememorando juveniles travesuras.
Pero era nada más que eso, travesuras.
Yo quería aventuras.
Averigüé entonces cual era el vecino mas cascarrabias de la zona, que resulto ser un tano con fama de bandolero y poca paciencia que vivía a media cuadra de la plaza.
Pacientemente esperé un día de lluvia y a las cuatro de la mañana, ataviado con un ridículo sombrero de agua, hice sonar el timbre en la casa del monstruo. Al tercer timbrazo alcance a divisar por las rendijas del umbral que se encendían luces en el interior y algunos ruidos que denotaban pasos acercándose.
Una voz pastosa, apta para espacios mas amplios, pregunto quien era y después de mi torpe respuesta acerca de búsqueda de aventura, oí girar la llave en la cerradura.
No se con certeza cual había previsto que seria el aspecto del ogro.
Supongo que había hecho los cálculos habituales, pero frente mío estaba parado un hombre de proporciones descollantes, con ese estado flemático típicamente italiano de efervescencia y fervor, ese humeante cenagal del alma latina con su costumbre de derramarse a raudales frente a una situación que raya los distritos de la estupidez.
No me dio tiempo a nada, juro que lo había previsto todo, pero no me dio tiempo a nada.
Había especulado con la cara de asombro e incredulidad que podría el tipo, luego la de ira mal contenida y por fin el estallido, momento en el cual ya habría tomado la distancia suficiente para fintear cualquier acción que amenazara desmadrarse.
Pero no.
El cachetazo sonó tremendo, brutal, restalló en mi cerebro en mil estrellitas de colores y esa frase que me dejo petrificado... Yo sabía que no iba pasar demasiado tiempo para que un tarado que hubiera leído a Dolina, viniera una noche de lluvia a tocarme el timbre en busca de aventuras...
Y cerró dando un portazo.
Pese al rigorismo dogmatista con el que había emprendido el cumplimiento de las instrucciones suyas, mi realidad me obligó a buscar sustitutos más domésticos e incluso llegue a desechar varias por manifiesta inaplicabilidad.
Para un barco sueco, no había nada parecido. Para el viaje subterráneo por el Arroyo Maldonado podía tal vez suplantarse por una excursión por el túnel de desagüe de la Avenida Gonzalez Lelong, que en nada puede compararse a la Juan B Justo, excepto en las porquerías que acarrea un túnel de desagüe, que aprecio, deben ser iguales en cualquier parte del mundo.
En fin, no era una aventura que prometiera éxito, además otros – entre ellos mi primo Fito- ya la habían hecho y ya no era una idea atrayente.
La de revisar petardos no explotados parecía mas una imprudencia que una aventura, y en Formosa los mendigos son todos pobres, se lo aseguro.
No me quedaba otra.
Salí a buscarla.
Al cual reza el manual, apenas recordaba su nombre y su cara había tomado ya las borrosas formas de los sueños y el recuerdo. Hacía treinta y cinco años que no la veía, que no sabía nada de ella.
Tuve un éxito parcial, que acaso se lo contaré en otra carta.
Bastara con decirle que la buscaba, pero ella también, y que me llamó por TE, lo cual le quita todo merito como aventura, por eso, ese mismo día comencé a cavar un túnel en el fondo de mi casa.
Ya no me quedaban amigos, así que la emprendí solo, a sabiendas de que la tarea iba a ser no solo dura sino también aburrida, pero la acometí con el mayor vigor y limpio de preocupaciones y me puse a cavar y cavar, a una profundidad que yo estimé de unos tres metros, y cambiando varias veces de dirección para no tener ni siquiera idea del rumbo que estaba tomando.
Conforme avanzaba la excavación fui descubriendo, como era previsible, objetos extraños, huesos, cascotes, tapitas de cerveza, zapatillas fósiles y antiguos pozos ciegos. Cave por meses, sin desfallecer. A veces descansaba una horas, dormía, o meditaba acerca de algún detalle técnico que debía resolver respecto de la excavación; otras urgido por el hambre iba a hacer algunas compras a un almacén cercano, entonces las pocas personas que todavía me reconocían me preguntaban acerca de mi salud y esas cosas.
Se ve que habían echado a rodar algún infundio, pero a mi nada me importaba, solo el momento final, el de la suprema emoción que significaría adoptar el rumbo vertical y descubrir el lugar donde yo, viajero subterráneo saldría nuevamente a la superficie.
¿Sería en el hall de una casa habitada por señoritas solteras, como usted sugiere?
¿En una panadería?
¿En un boliche de onda?
Vaya uno a saber.
Para eso era la aventura.
Finalmente llegó el día, no sé porque, ni como, pero ese era el día, así fue que comencé a cavar para arriba. La expectativa iba en aumento, me temblaba el pulso, algo parecido a una taquicardia producto seguramente del exceso de adrenalina que me invadía y casi no me dejaba respirar.
Finalmente la palada final.
Un destello luminoso me encegueció, y emergí de las profundidades.
Escuche algo parecido a una manada de elefantes en estampida y ya no pude ver ni oír más.
Me desperté a las dos semanas en este hospital público.
La enfermera, antes de preguntarme qué demonios hacia saliendo del subsuelo en Acceso Norte y Circunvalación, me contó que el camión que me atropello ni siquiera se detuvo.
Espero Usted se encuentre bien, que sigan sus éxitos, sigo admirando sus escritos, pero quería que sepa la completa ineficiencia de sus postulados, a la hora de buscar aventuras. 

Atentamente


Para los que no recuerdan o no conocen las instrucciones, les dejo el link
LEER INSTRUCCIONES PARA BUSCAR AVENTURAS De Alejandro Dolina

25 de octubre de 2013

POR CULPA DEL BOLUDO. Cuento de Federico Princich, con la inconsulta colaboración del Negro Fontanarrosa y del músico popular formoseño, Jabier Agüero.

A propuesta del poeta Juan Gelman, el término boludo fue seleccionado como uno de los más representativos de la Argentina y pasó a conformar el Atlas Sonoro que se elaboró en el Congreso Internacional de la Lengua Española en Panamá.
A partir de ese día, segun dicen, es el que mejor identifica a la Argentina. 

A mí me tenía preocupado sus alcances y quería saber si también servía para identificarnos a nosotros, los nacionales argentinos, los de carne y huesos, por que no es lo mismo ser un argentino boludo que boludo a secas.
Todo indicaba que sí y salí de casa cavilando acerca de cómo éramos antes de ser boludos.
Enseguida caí en la fácil. Todo tiempo pasado fue mejor. ¿Cómo que todo tiempo pasado fue mejor? ¿Estás seguro?. Si, me dije. No vayas a creer. Mira: Te alumbraste con candil, viajaste en sulky y transportaste en carro de bueyes, porque no había otra cosa para iluminarse, trasladarse o acarrear leña. Ahora, hoy, en estos días, en dos horas y media, podes estar tomando un café en Exedra - si es que no lo cerraron- y si se te corta internet por más de quince minutos te agarra un ataque de caspa. Ok. Esta bien. Convengamos que hay cambios, pero hay algunos que más que evolución parecen un despropósito y otros, decididamente, una desmesura.
No muy seguro de mis respuestas, arranqué para el lado culto de la ciudad.
Mi tierra te están cambiando, o te han disfrazado que es peor, ojalá que se rompa, para siempre mi corazón,
me dijo Don Atahualpa Yupanqui al oído, mientras recordaba que John Kennedy solía decir que el cambio es ley de vida. Cualquiera que sólo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro.
Pasado, presente, futuro, cambio, evolución, palabras. ¿Qué tenían que ver con el Boludo?. Salí disparando para lado de la biblioteca, cacé el libro pertinente y le pregunté al maestro.
- Negro...¿Cómo es esto del boludo? ¿Tiene que ver con aquello que dijiste en Rosario acerca de las malas palabras?
- La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?
- Si. Ya se eso, pero mi pregunta es acerca... 

- Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológica, realmente agresivo... Pelotudo en cambio...
- Pero yo te estoy preguntando otra cosa.
- Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra carajo. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir caracho, que es de una debilidad y de una hipocresía.
- Negro… negro…pará. ¿Es correcto que a los argentinos nos identifiquen con la palabra boludo?
- En esta época de globalización, aggiornate o quedás afuera...
- ¿Afuera de qué, Negro?
- No sé. Ni idea. Pero te quedas afuera.
- Aja. ¿Y?
- Y nada, boludo. Ahora tenes que usar boludo, para identificarnos mejor (*)
- Aja. Siii! ¡Ya sé! Así empecé esta historia, por eso estoy acá.
- Y bueno, desde que a las insignias las llaman "pins", a los maricones "gays", a las comidas frías "lunchs" y a los repartos de cine "castings", Argentina no es la misma. Ahora es mucho más moderna. Durante muchos años, los argentinos estuvimos hablando en prosa sin enterarnos. Y lo que todavía es peor, sin darnos cuenta siquiera de lo atrasados que estábamos
- ¿Atrasados? ¿Cómo atrasados?
- Los chicos leían revistas en vez de "cómics", los jóvenes hacían asaltos en vez de "partys", los estudiantes pegaban "posters" creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de "business" y los obreros, tan ordinarios ellos, a mediodía sacaban la fiambrera en lugar del "tupper". Yo mismo, en la primaria, hice "aerobics" muchas veces, pero en mi ignorancia, creía que hacía gimnasia. afortunadamente, todo esto hoy cambió; Argentina es un país moderno y a los argentinos se nos nota el cambio exclusivamente cuando hablamos, lo cual es muy importante...
- Claro, claro…
- Te digo mas. Desde que Nueva York es la capital del mundo, nadie es realmente moderno mientras no diga en Inglés un mínimo de cien palabras.
- Mi inglés es realmente de naufragio. No más de quince palabras…
- Desde ese punto de vista, los argentinos estamos ya completamente modernizados. Ya no tenemos centros comerciales: ahora son todos "shoppings". Es más, creo que hoy en el mundo no hay nadie que nos iguale, porque, mientras en otros países sólo toman del inglés las palabras que no tienen porque sus idiomas son pobres, o porque tienen lenguajes de reciente creación, como el de la Economía o la Informática, nosotros, más generosos, hemos ido más allá: adoptamos incluso las que no nos hacían falta, lo que demuestra nuestra apertura y nuestra capacidad para superarnos.
- ¿Cómo es eso?
- Y, fíjate: ya no decimos facturas, sino "cookies", que queda mucho más fin. Ya no tenemos sentimientos, sino "feelings" que son mucho más profundos. Y de la misma manera sacamos "tickets", compramos "compacts", usamos "kleenex", comemos "sandwichs", vamos al "pub", hacemos "footing" (nada de andar caminando así nomás) y los domingos, cuando vamos al campo en lugar de acampar como hasta ahora, hacemos "camping".
- Obviamente, estos cambios de lenguaje van a influir en nosotros, en nuestras costumbres.
- Fede…Los argentinos ya no usamos calzoncillos, sino "slips" o "boxers" y después de afeitarnos, usamos "after shave" que deja la cara mucho más suave que la loción berreta que usaba el abuelo. Tampoco viajamos más en colectivo sino en "bus"; ya no corremos: hacemos "joggins"; ya no estudiamos, hacemos "masters"; no estacionamos, utilizamos el "parking". En la oficina, el jefe ya no es el jefe, es el "boss" y está siempre en "meetings" con los "public relations" o va a hacer "business" junto con su secretaria o mejor "assistant". En su maletín de mano, a diferencia de los de antes, que estaban repletos de papeles, lleva tan solo un teléfono, una "laptop" y un "fax-módem"; minga de agenda de papel: ahora es una "palmtop".
- Te haces mala sangre al pedo, Negro, en la tele..
- En TV nadie hace entrevistas ni presenta como antes. Ahora hacen "interviews" y presentan "magazines", en lugar de los programas de revistas que dan mucha más presencia, aunque parezcan siempre los mismos.
- Como Tinelli…
- Si el presentador dice mucho O.K. y se mueve todo el tiempo, al magazine se lo llama "show", que es distinto que un espectáculo. Y si éste es un show porno, es decir tiene carne, se lo adjetiva "reality" para quitarle la cosa podrida que tiene en castellano. En las tandas, por supuesto, ya no nos ponen anuncios sino "spots" que, aparte de ser mejores, nos permiten cambiar de canal, o sea hacer "zapping".
- Esas cosas no son importantes…
- Desde hace algún tiempo, los importantes somos "vips", los auriculares, "walk-man"; los puestos de venta, "stands"; los ejecutivos, "yuppies"; las niñeras, "baby-sitters" y los derechos de autor, "royalties". Ya no comemos pochoclo, sino "pop-corn" que es más rico.
- Bueno, la cultura es así, negro. Dinámica, interactiva. Seguro que los yanquis tienen palabras que nos han robado…
- Para ser ricos del todo y quitarnos el complejo de país tercermundista que tuvimos algún tiempo y que tanto nos avergonzó, sólo nos queda decir "siesta" con acento americano, que es la única palabra que el español ha exportado al mundo.
Hizo una pausa para respirar y lo apagué. Cerré el libro y presuroso lo devolví a su anaquel y salí corriendo tratando de encontrar consuelo.
Allí nomas, en la vereda, me encontré con mi amigo el cantautor Jabier Agüero, (Jabier, así, con B. Las quejas al Jefe del Registro Civil de San Martin II, por favor) que apenas me vió, peló la viola y me dijo:

- Téngame el sombrero y escuchá Don Fede.
- Si me vas a tratar de Usted, escuche, y si no sacale el Don y va escuchá y teneme.
- Como sea. Esta está fresquita, fresquita, recién salidita del horno, Don Fede.
Y se mandó en tiempo de milonga.

Que será lo que nos está pasando.
Que ahora es Champú, ya no es vino
Es brochet, ya no es asado
Ya no es truco, ahora es póquer
En un flash nos han cambiado
Ya no es, ¿Qué tal mi amigo?
Ahora es ¿Qué onda cuñado?
Lo suave ya no es suave
Ahora es Ligh,
Y lo hermoso, que copado, fashión, o al palo
Ya no se pide perdón,
Ahora es Sorry
Y por si acaso, necesitas un favor
se dice Please. ¿Dónde estamos?


Yo no lo podía creer. Tanto absurdo en un solo día. ¿Qué carajos estaba pasando? Intente huir, pero ya había más de diez personas reunidas y una vieja tiro cincuenta centavos dentro del sombrero de Lalo, que yo tenía en la mano. Uno, más generoso, peló dos pesos. 

Agüerito seguía:

Touch and go, por algo fácil
para decirlo en castellano
Ya no se muere, se palma
Se anda tecla y no borracho


De lejos lo vi al cana.
Acá se va a armar rosca, razoné, mientras trataba de recordar donde había estacionado el auto.
Y no me equivoqué.

De los nombres, ni que hablar,
también los fuimos cambiando
Ya no hay mas Pedros, Martas, Juanas,
Doña Maria o Don Juancho
Ahora es John, Richard, Janet,
Solange, Ivonne, Saida, Michael,
Tania, Priscila ,o Xiomara,
y cuesta tantos nombrarlos
Como si fueran mas lindos,
con esos nombres prestados
Pata pila y pelos chuzos,
cargando nombres tan raros
Si cuando les toca firmar,
lagrimean para aclararlos
Les sudan hasta las orejas,
ni ellos pueden pronunciarlos…


- A ver usted, el permiso, me dijo el cabo, enojado
- Pero mi amigo, que permiso, si yo no estoy disfrazado.
- Permiso para espectáculos callejeros rentados

Y me acorde del sombrero.
En su interior brillaban dos pesos con setenta y cinco centavos.
Miré alrededor buscando a los benefactores, pero no había nadie.
Rumbo a la comisaría, escoltados por el canasto, Agüerito me susurró:

- ¿Viste Don Fede? Como dijo Inodoro Pereyra: Ya no quedan más domadores. Ahora todos son licenciados en problemas de conducta de equinos marginales.
- So what did I do now? My God, help me, please, dije como para que no me entienda nadie.
- Ni Cristo te va salvar del contravencional, me respondió desde atrás el gorra.
- ¿Por qué?, pregunte.
- Por boludo, me dijo.





El diálogo con el señor Roberto Fontanarrosa está estructurado sobre la base de su inolvidable exposición en el Congreso de la Lengua de Rosario y de su artículo "La Evolución de las Palabras", respetando rigurosamente su textualidad, sin cambiar una coma, salvo en la apostilla (*) en la que le hice usar la palabra boludo,  para reforzar el cuento.
El poema de Jabier Aguero, se llama Patria Prestada y está en el reperetorio habitual del cantautor formoseño.

24 de octubre de 2013

Sombrero Blanco. Un cuento premiado. Por Federico Princich.



Se apeó del tren que lo llevó a Gran Guardia con una valija en una mano y un gallo de riña envuelto en un poncho en la otra. Un saco raído, dos tallas mas chico que lo necesario, le aportaba escasa cobertura frente a la fina llovizna y viento del sur. Un pañuelo de cuello azul furioso, denunciaba su origen y procedencia: Un liberal disparado de la revolución paraguaya. El cubrecabeza que traía puesto ese día, le valió el apodo por el resto de su existencia: Sombrero Blanco
A los dos días ya se sabía su ocupación y habilidades: Tahúr. En una borrachería de la periferia, en un truco sin mayores alternativas para la memoria, había desplumado a dos obrajeros empecinados. A la semana, una partida de siete y medio en un fonda lo arrimó a las casas del centro; una tenida de pase inglés le abrió las puertas de las timbas clandestinas mas escabrosas y en una tabeada obtuvo su exequátur para acceder a las codiciadas carpetas de los estancieros. En las cuadreras domingueras demostró tener buen ojo para los pingos, y nadie se extrañó demasiado cuando, al poco tiempo nomás, montaba un bello moro malacara que supo ser mentado en los doscientos libres.
Desde entonces, no hubo juego de azar de laya alguna que no lo contara entre sus participantes. No buscaba, mas bien era buscado. Lo solían venir a invitar desde las estancias, rumbo por el que se perdía por una o dos  semanas. Solo después llegaban las mentas de un escolazo fenomenal en lo de tal o lo de cual, donde fulano perdió tanto o mengano hubo de entregar treinta novillos o zutano se hizo de tal parejero. A veces lo contrataban como tallador imparcial, en cuyo caso él recibía un por ciento o una suma fija por sus servicios. Otras veces directamente se entendía con algún estanciero platudo que hacía de banca y que invariablemente concluían en desplumadas de envergadura.
A Sombrero Blanco lo mismo le daba los dados, la taba, los gallos, los caballos como un truco por los gastos, un nueve ensillado, una escoba de quince o un pase de a cien el tiro, pero que donde se lucía, donde florecía toda su intuición, habilidad y maña,  era en la talla de monte. Allí demostraba que era un jugador de ventaja y no un simple barajador echándole el resto a una sota en timbas de medio pelo o reuniones tabernarias.
Reconocía el estilo de juego de sus adversarios con solo semblantearlos. Se acordaba con asombrosa precisión los juegos de quince, veinte manos; tapaba o destapaba cartas inverosímiles y ganaba paradas imposibles. Acompañaba su actuación con una cháchara seductora o desafiante según el grado de celo o de confianza que demostraban sus adversarios. Acorde con las circunstancias desarrollaba se estrategia de juego. Solía dejar correr algunas manos a como vinieran para testear rostros, gestos, muecas, señas, tics nerviosos, posturas corporales, frases, y algunas otras mas para escanear mentalmente las barajas, viéndoles marcas de dimensiones microscópicas, palpándoles su rugosidad, sintiéndolas, intuyéndolas al tacto, visteando su colocación dentro del mazo. Recién entonces se lanzaba. Otras veces en cambio, arrancaba como fuerte ganador para hacer su propia basa y luego aflojaba para hacer jugar a toda la mesa con el dinero ajeno y hacia el final de la partida apuraba para completar su faltriquera.  Era muy difícil ganarle. Más allá de su prodigiosa habilidad para el juego, era un crápula inmisericorde que no trepidaba en componer mañosamente las paradas mas cargadas.
Por eso no tardó en echarse a andar el rumor: Sombrero Blanco tenía payé. Al principio se dijo que valía solo para el juego, pero los enredos del tramposo con algunas enaguas extendió los alcances del gualicho a las cuestiones del amor. Los estómagos resfriados y chismosos de siempre le fueron agregando detalles y es razonable pensar que de allí a afirmar que no le entraban las balas había un solo paso.
Se hizo de un mal rancho en los arrabales y nada cuesta imaginar como. Al principio fue solamente una especie de dormidero, pero mas tarde le estiró un alero, le agregó una mesa de costaneros, unos troncos mal emparejados que servían de asiento y allí reinaba en una suerte de garito mas o menos clandestino donde hasta se llegó a jugar a las bochas con pomelos verdes.
Por una cuestión de polleras, entró en picas con un joven de primeras copas, un hijo de ricos que no le toleraba al mañoso su untuoso galanteo con cierta joven de esforzados breteles, la que tampoco trabajaba demasiado para disipar los vapores de los requiebros del expatriado y se hacia halagar sin disimulos. El mozo vio despreciadas sus pretensiones y tomó rencor.
Un sábado estaba Sombrero Blanco en su guarida, con dos o tres, sepultando horas muertas en una partida de escoba de quince, cuando a eso de las cuatro de la tarde cayó el mozo aquel, montado en un soberbio gateado ensillado con un apero chapeado en plata que lucía como para desfile. El jinete tampoco desentonaba: Sombrero de ala ancha de paño negro, pañuelo de cuello de seda, camisa blanca y bombacha tableada, ajustada con una faja de color celeste que servía en yunta con un cinto de rastra tachonado de patacones de plata y unas charoladas botas granaderas. El cabo de asta de siervo de un puñal con vaina de plata cruzado sobre los riñones, hacia las veces de colgadero para la manija de un rebenque enchapado, con látigo de suela y prolijas bombas de potro.
Venía medio entonado por que después de los saludos, de entre los pellones extrajo una botella de ginebra ya a medio camino hacia su destino final, e invitó el trago. Luego pidió permiso y desafió a una partida de monte, mano a mano.  Por plata no hay cuidado... dijo.
Ese era el tipo de discursos que Sombrero Blanco no solía tolerar y aceptó el desafío a condición de que, cualquiera fuese el resultado, la partida terminaría al entrar el sol, pues a la noche había baile en el pueblo y tenía una pollita para la cena.
Los mirones se quedaron lechuceando la partida. Sombrero Blanco desarrolló su estrategia habitual. Ganó  dos o tres manos para no jugar con su dinero y luego se puso a cederle terreno. Cuando el sol se moría, cortaron. La visita había dejado en la carpeta todo su capital, rebenque, sombrero, calcha, y un último ofrecimiento de su caballo a una sola carta contra todo lo perdido, fue rechazado con la excusa de que no podía dejarlo volver a pie.
Cuando se hizo la noche, los espectadores se retiraron, no sin antes recibir algunas rupias por sus silencios. El tahúr completó su  aseo, se vistió, ensilló y partió hacia las luces que se adivinaban por su resplandor a un kilómetro escaso.
En una corta picada, las orejas del moro anunciaron algo fuera de lo normal, y al salir de una curva, una sombra parada en medio de la senda lo apuntaba con un Winchester. Luego del fogonazo, una fuerza invisible lo tiro del moro, que se alejó asustado.
Entonces aquel espectro vestido con botas granaderas, se acercó lentamente y lo degolló.
- Acá tenés tu cena, dijo.
En el pueblo las opiniones se dividieron. Los espíritus crédulos clamaron que no llevaba puesto su curundú, los mas moderados, sostenían que el paye falló; los racionales, juraban que no había tal amuleto, que era un simple fullero que encontró la horma de su zapato

 


El cuento Sombrero Blanco esta inspirado en un personaje que vivió en Gran Guardia.
Se llamaba Da
niel Jara, era tahur y falleció en la localidad de Pirané en los años noventa. Dicen que alcoholizado, se ahogó en una zanja. Los que lo conocieron, aseguran que era imposible ganarle. 

23 de octubre de 2013

Juan Ramón "Pili" Del Turco, cantor popular formoseño.



Juan Ramón "Pili" del Turco es un intérprete formoseño de voz privilegiada y gran trayectoria dentro del canto popular. Comenzó su carrera en el año 1976, junto al trio Los del Silencio y la continuó dos años más tarde en el conjunto Las Voces del Camino, grupo señero de la música folklórica.

En 1984 inicia su carrera de solista. Luego de haber participado en casi todos los festivales del país, deslumbrando con su calidad interpretativa y su voz, en 1995 resultó ganador del Festival Pre-Cosquín de la Canción, máximo galardón al que puede aspirar un cantante folklórico.
A partir de allí su carrera tomó la notoriedad y el impulso que lo llevó y aun lo lleva a caminar el mundo paseando su música con el sello personal de su provincianía y su talento, lo que le vale ser nombrado con justicia, un embajador de la música formoseña.


 En estos tiempos, con la madurez de su trayectoria, lo vemos participando de un polifacético proyecto musical que incluye a Los Del Turco, junto con Héctor Valentín, su hermano y otros del mismo apellido, a La Formoseñada, una excelente propuesta musical todo terreno de ámplia aceptación en los escenarios de los festivales y a Las Voces del Camino junto con Miguel Alvarenga y Alberto "Zapallo" Jhonson


Comparto dos de sus excelentes trabajos discográficos como solista
A Puro Corazón. (Click para bajar)
 1.       A la Guardia de Honor
2.       A puro corazón
3.       Al barrio San Miguel
4.       Amada la cosechera
5.       Del viejo rio
6.       Formosa oeste
7.       Formosa siempre te espera
8.       Formoseño y cantor
9.       Ibarreta mía
10.   Monchito de barrio
11.   Pueblo de amigos
12.   Recuerdos de mitaí
13.   Soy el cosechero
14.   Ñande gente




  1. Acuarela formoseña
  2. Boca roja
  3. Cantando
  4. Cucurrucucu paloma 
  5. El breve espacio en que no estas 
    6. El jangadero 
   7. Herencia
  8. Mírame
    9. Para cantarte querida
   10.Plumoncito de paloma
   11.Preciosa dueña de casa
     12.Rio eterno
   13.Ruego y camino
   14.Todo a pulmón
 


VER VIDEO
Acuarela Formoseña de King Clave, por Pili del Turco