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2 de febrero de 2014

Informe sobre licantropia - Otro cuento de las Crónicas Granguardinas

Cuando Perrault escribió Caperucita Roja - hace ya mas de trescientos años- quizá ni sospechaba que su peludo protagonista sería uno de los personajes de terror más difundido de todos los tiempos, o tal vez si, y lo usó justamente por eso. Después, gracias a Bram Stoker, Mary Shelley y Robert Louis Stevensson, le salieron sangrientos competidores, - Drácula, Frankenstein y el Doctor Jekyll -, pero el  hombre lobo los derrotó por afano y hoy sigue siendo el ser mitológico que desde el fondo de los tiempos encarna los temores mas profundos del hombre, esos que guarda su memoria de especie, grabada atávicamente en el núcleo reptil del cerebro y que se perpetúan al calor de las leyendas y de las tradiciones que se transmiten en forma oral de generación en generación.
Porque hay que decirlo sin eufemismos: Nadie le cuenta a sus párvulos cuentos de vampiros, cadáveres recauchutados o médicos trastornados. Estos personajes no son mas que frutos de la intelectualización literaria de algunos de los temores humanos y se sustentan fundamentalmente en sus novelas. Sin ellas serían casi nada, mientras que el Lobisón, sin otros escritos que algunos cuentos mas o menos leíbles, viene siendo el símbolo universal del miedo del hombre frente a lo mas cruel de  la naturaleza, es decir la muerte, la oscuridad, lo desconocido y a partir de allí es que el mito pertenece a la más poderosa memoria fantástica del colectivo humano. Su terrible tragedia constituye la esencia de la eterna lucha entre el bien y el mal.
Nada cuesta razonar que en su figura toman cuerpo muchos temores inconscientes colectivos sublimados a partir de una amenaza real. Es muy sintomático que las leyendas sobre licantropía hayan proliferado en ámbitos rurales de economía pastoril en los que los ataques de lobos eran frecuentes, como la Europa Medieval, donde era el mayor carnívoro y el predador más peligroso, en honor a sus características mas notables: crueldad desmedida, ferocidad bestial y hambre insaciable.
Ambrosetti asegura que fuera del alcance de las ciencia o de la idea de un dios superior, no hay una forma mejor de explicar los caprichos de la naturaleza que humanizar a sus criaturas más peligrosas y dañinas, ya que humanizar supone conferir capacidad moral al animal,  es decir, el animal hace el mal porque es malvado y solo puede ser malvado si es humano, por que solo el hombre se guía por un código ético y es capaz, por tanto, de transgredirlo.
Lo sustancial del mito descansa en tres elementos: maldición, metamorfosis y terror. Un hombre lobo es esencialmente un ser humano maldito, de apariencia normal durante el día, que de noche se transforma en lobo adquiriendo las habilidades y características propias del animal, que como se sabe no son muy hospitalarias.
A partir de allí cada cultura le fue aportado lo suyo, de acuerdo a sus entornos ambientales, a sus miedos y a sus propias vivencias y conveniencias...hasta que llegó Hollywood. De allí en mas las versiones conocidas derivan del estereotipo y de las convenciones creadas por los guionistas cinematográficos
Hay que comenzar por el principio.
Los griegos, que parecen ser los que tienen la patente de invención, explican así su origen: Lycaón, rey de Acadia, se atrevió a poner a prueba la omnisciencia de Júpiter, Dios de los mas bravos, sirviéndole un plato preparado con carne humana. El convidado reconoció los ingredientes del platillo y procedió en consecuencia: Castigó a Licaón transformándole en un lobo.

Lycaon era el hijo de Pelasgus y Meliboea, padre de Oenotrus y el primer rey mítico de Arcadia. Él era el padre de Callisto y, según alguno, él crió a su hijo Arcas. En la mitología griega Lycaón era un rey de Arcadia hijo de Pelasgo, al que sucedió y de Melibea, Cilene o Deyanira. Otras versiones lo hacen hijo de Titán y la Tierra. Era un rey culto y religioso, muy querido por su pueblo, al que ayudó a abandonar la vida salvaje que habían llevado hasta entonces. Fundó la ciudad de Licosura, una de las más antiguas de Grecia, y en ella erigió un altar a Zeus Licio. Pero su apasionada religiosidad le llevó a realizar sacrificios humanos, lo que degeneró su posterior metamorfosis. Ovidio afirma que llegó al punto de sacrificar a todos los extranjeros que llegaban a su casa, violando la sagrada ley de la hospitalidad. Lycaón fue padre de una numerosa prole, algunos autores afirman que llegaban a cincuenta, tenidos de distintas mujeres. Los hijos de Licaón eran famosos por su insolencia e impiedad, y sus crímenes llegaron a oídos de Zeus, que se disfrazó de viejo mendigo y acudió al palacio de los licaónidas para comprobar si los rumores eran ciertos. Los jóvenes príncipes tuvieron la osadía de asesinar a su propio hermano Níctimo y servir sus entrañas al huésped, mezcladas con las de animales. Zeus descubrió el engaño y enfurecido convirtió a todos en lobos, los fulminó con su rayo o tuvieron que exiliarse para siempre, según las versiones. Después devolvió la vida a Níctimo, que sucedió a su padre en el reino de Arcadia. También existe la versión de que Lycaón, pensando que era un mendigo, se preparó para asesinarle, pero alertado por algunas señales divinas, quiso asegurarse antes de que el huésped no era un dios, como afirmaban sus temerosos súbditos. Para ello hizo cocinar la carne de una de sus víctimas o de un esclavo, y se lo sirvió a Zeus. Éste montó en cólera y transformó a Lycaón en un lobo, incendiando después el palacio que había sido testigo de tanta crueldad. Según Apolodoro fue en el reinado de éste último cuando se produjo el diluvio de Deucalión, provocado precisamente por ira que generó a Zeus la impiedad de los hijos de Lycaón. Suidas ofrece otra versión de la historia, según la cual Lycaón había extendido, con el fin de que su pueblo se volviese más piadoso, el rumor de que Zeus iba a visitarle a menudo de incógnito. Para comprobarlo sus hijos fueron los que mataron a un niño y mezclaron su carne con la de los bueyes preparados para el sacrificio al dios, que fulminó con un rayo a los asesinos. Fue entonces cuando Lycaón, inocente, instituyó las lupercales.
Las Fiestas Lupercales eran, en la Antigua Roma, unas fiestas que se celebraban el día 15 del mes de febrero. Su nombre deriva supuestamente de lupus , lobo, animal que representa a Fauno Luperco e hircus, macho cabrío, un animal impuro. Fueron instituidas por Evandro el arcadio en honor de Pan Liceo, también llamado Fauno Luperco, el que protegía al lobo, y protegía contra Februo. Un cuerpo especial de sacerdotes, los Lupercos o Luperci, Sodales Luperci o amigos del lobo eran elegidos anualmente entre los ciudadanos más ilustres de la ciudad que debían ser en su origen adolescentes que sobrevivían de la caza y el merodeo en el bosque durante el tiempo de su iniciación en la edad adulta, lo que por aquel entonces era un tiempo sagrado y transitorio en que se comportaban como lobos humanos. Se reunían el 15 de febrero en la recientemente encontrada gruta del Lupercal, más tarde llamada Ruminal en honor a Rómulo y Remo,  en el monte Palatino. Según la tradición fue en este lugar donde Fauno Luperco tomando la forma de una loba, había amamantado a los gemelos Rómulo y Remo, y en cuyo honor se hacía la fiesta.
Lycaón y la furia del Dios que lo castigó

Respecto del platillo de Lycaon, podría uno agregarsele innecesarios detalles literarios: Que al plato le faltaba sal, que estaba un poco frío o algo excedido de cocción, pero la verdad, la verdad, es que el asunto desnuda la aversión grecolatina por el canibalismo antropofágico y establece un contraste, tal vez desmesurado, con el antropófago por antonomasia: El lobo.
También es seguro que Licaón tenía pelo de estúpido: pasó a la posteridad como la fuente de terror de sus súbditos, célebre por su crueldad y como el imbécil que trato de joderlo al capo mas cojudo del Olimpo.
De Lycaón,  Licantropía. En griego lykos, lobo y anthropos, hombre. Literalmente hombre lobo, latinizado luego como Homo Lupus y de allí el Lobis Hómen o Lobishómen portugués, el Lobisonte, Lobisone o Lobisón español, el Lobisón, Lubisón o Luisón, en América, el Luisö, huichó o luichó, en el área guaranítica,  donde pese a la exagerada coincidencia fonética y de detalles, hay quienes sostienen que tenía identidad propia aun antes de la conquista.
Los anglosajones evolucionaron en forma parecida desde la leyenda de Werewolves de la Alemania medieval hasta el conocido  Wolfman, ya definitivamente americanizado.
En el resto de Europa el mito está presente en el Waerul  danés, el Volkulaku eslavo, el Warulf sueco, el Lupo Manaro italiano, el Bisclavaret bretón, el Währ-Wölffe germano, el Lukokantzari macedonio y el Gerulf o Loup-Garoup francés.
En la literatura romana clásica la transformación de hombres en lobos aparece con sospechosa frecuencia. Virgilio, que vivió en el siglo I a.C., es el primer autor latino que menciona esta superstición, le siguieron el ya mencionado Ovidio en su célebre Metamorfosis, de la época de Julio Cesar, y Propercio, Servio y Petronio, entre otros. Finalmente también Plinio el Joven cuenta las andanzas de un desgraciado que se transformaba en lobo, condición en la recorría los campos padeciendo toda clase de sufrimientos.
Alemania, Hungría y Francia aparecen como los países mas destacados a este respecto y en  su folklore y mitología abundan los casos de transmutaciones licantrópicas, tal vez por sus tradicionales características pastoriles y la abundancia de lobos en sus territorios.
La historia y la mitología no suelen ser muy claras cuando nos los describen, pero haciendo un esfuerzo se pueden rescatar de ellas,  los hombres lobos famosos a través de los tiempos y que son varios.
Habría que descontar previamente a los criados por lobos, como Rómulo y Remo,  los de la leyenda del origen de Roma, o el Caso Hesse, de 1341, que es el primero que registra irrefutablemente un niño criado por lobos. Al perecer el muchacho, descubierto por unos cazadores, se desplazaba exclusivamente en cuatro patas y saltaba muy alto. Cautivo, no puso soportar su nueva vida y murió rápidamente. Algunos años mas tarde, también en Alemania, las crónicas registran otro nuevo caso de un niño alimentado por lobos  Esta vez, el retorno a la civilización no acarrea la muerte del infante, quien aprende a hablar y vive hasta los 80 años. Los documentos evocan, sin embargo, su tristeza al haber sido separado de los lobos, en especial de cierta loba barcina de la que no trascendió el nombre.
El mas famoso de todos, debe ser el Lobo Feroz. Pese a su aparente fantasía infantil, y de su moraleja – no hablar con desconocidos-  es claramente uno de hombre lobo. Es un cuento verdaderamente siniestro: Caperucita, la pequeña ingenua e indefensa, frente al lobo perverso que la devora: El hombre frente a la naturaleza.
El medioevo europeo fue la matriz generosa en la que se gestaron los relatos mas sabrosos del mito por que fue una época muy oscura, cargada de supersticiones, donde fácilmente podían proliferar ideas extravagantes como la creencia de que los humanos podían transformarse en animales.
Se pensaba, por ejemplo, que cubrirse con la piel era una vía para convertirse en ese animal. Los guerreros escandinavos - los vikingos- hicieron de esa creencia parte de su arsenal militar, con lo que consolidaron su bien ganada fama de guerreros imbatibles, crueles y valientes en grado superlativo. De entre ellos, unos especialmente feroces, los Berserker, saltaban al combate semidesnudos, cubiertos de pieles de osos - la palabra berserk significa camisa de oso-  en estado de trance, poseídos por un furor sagrado, sin que el hierro les pudiese herir ni el fuego quemar, aullando como bestias, con la boca espumante y mordiendo salvajemente sus escudos. Su sola presencia aterrorizaba a sus rivales.
La cúspide del oscurantismo medieval, los siglos XV y XVI,  fueron tiempos borrascosos en los que campeaban, codo a codo, las mas arbitrarias ideas de autoridad, absurdos miedos ancestrales, atavismos de especie, supercherías grotescas, fobias irracionales y un dogmatismo religioso altamente fanatizado cuando no radicalizado.
Por sobre los señores, los príncipes  de la Iglesia Católica regían la vida de las personas, dictaban los patrones de conducta y daba las explicaciones de los fenómenos que las gentes no comprendían. Galileo sostenía que tampoco ellos los comprendían, pero eso es otra historia.
De acuerdo con la doctrina eclesiástica, la intención de Satán era destruir la civilización y para ello requería de hordas de discípulos en las que brujas y licántropos ocupaban la platabanda central, por eso la brujería y la licantropía eran pecados de los que no se salía sino a través de la hoguera.
Para detenerlos, la Iglesia creó la Inquisición, un proceso legal expeditivo y extremo, con  procedimientos sangrientos, crueles, demencial y de un celo principista irracional, donde la confesión era la prueba, por lo que la tortura se convirtió en un medio legal para obtenerla.
Las confesiones eran de dudosa autenticidad debido justamente al proceso de interrogación: En mazmorras inmundas, los hervían en aceite, los colgaban de los pulgares, los marcaban con tenazas calientes, los estiraban en los potros o lisa y llanamente los molían a palos. Bajo esas circunstancias casi todos descubrían que no habían nacido para héroes y confesaban rápidamente ser hombres lobo o brujas como una forma de ahorrarse un inútil sufrimiento, para regocijo de Torquemada y sus secuaces que en ese rápido desenlace encontraban números para engrosar las estadísticas y justificar sus sueldos.
Ser acusado era casi lo mismo que ser condenado ya que muy pocos resultaban absueltos. Los culpables eran declarados herejes. Si se arrepentían se los ahorcaba, si no, eran quemados en la hoguera.
En Francia a principios de 1500, seguramente por influencia del papado residente en Avignón,  aparecieron casos de licantropía en proporciones epidémicas y menudearon los autos de fe.
Cualquiera que viviera en Francia en el siglo XVI, solo, aislado de los demás, que fuera medio desaliñado y que se comportara de forma mas o menos rara o desagradable, podía ser visto como un loup garoup, con las consecuencias señaladas. Gilles Garnier, un campesino cejijunto, medio tímido y solitario que vivía como un ermitaño en un choza en las afueras de Dole, se constituyó en un caso emblemático. Aldeanos que rescataron a una niña del ataque de un lobo, creyeron reconocerlo como autor del ataque. Sostenían que se había transformado al frotarse la piel con un ungüento mágico. Una semana más tarde lo atraparon y lo torturaron bárbaramente hasta obtener una confesión que alcanzó para quemarlo en la hoguera. Después descubrieron al lobo autor del ataque, pero para Gilles ya era demasiado tarde. 
Cervantes se refiere al mito en Persiles y Segismunda y las crónicas peninsulares rescatan otro caso famoso. En 1850, una tranquila aldea gallega se vio sacudida por la desaparición y la muerte de varias personas, cuyos cadáveres aparecían en el bosque presentando salvajes heridas junto a incisiones propias de un cirujano. La leyenda del hombre lobo se expandió rápidamente y nadie quería cruzar los bosques. Sin embargo, Manuel Blanco Romasanta, un vendedor de baratijas, no tenía problemas en adentrarse  en las espesuras, lo que no tardó en llamar la atención de los aldeanos. Manuel fue capturado, juzgado y condenado en base a su declaración en la que confesaba ser un hombre lobo y haber dado muerte a trece personas utilizando luego sus grasas para hacer jabón. Sin embargo Romasanta evitó la condena de muerte amparándose en su aparente licantropía que ya se comenzaba a estudiar como un estado de enajenación mental que impedía comprender la criminalidad de los actos. No obstante fue desterrado a un lejano país donde fue, finalmente, devorado por los lobos.
En el castillo de Ambras, cercano a Innsbruck, en el Tirol austríaco se conservan varios lienzos que representan a un adulto y a dos niños con el rostro totalmente cubierto de pelo y una feroz expresión que muchos consideran ejemplares del mítico hombre lobo.
Sin embargo los protagonistas de esas pinturas vivieron en realidad. El adulto se llamaba Pedro Gonzálvez y nació en el seno de una acomodada familia de las islas Canarias.
Alcanzada la pubertad, la primer sombra de barba le resultó una desmesura, pues padecía de hipertricosis lanuginosa, un hirsutismo atroz, que cubrió enteramente su cuerpo de vello y lo enterró en la noche de la infelicidad y la vergüenza.
A los veinticinco años de edad, harto de sufrir humillaciones, emprendió un viaje a París que ya por entonces era la cuna de los depiladores, donde, según decían, se podía combatir su desdicha. Parece que el tratamiento dio algún resultado, pues Pedro volvió a su pueblo casado con una bella parisina, de la que no trascendió mas datos. Sin embargo el drama continuó cuando comprobó que sus dos hijos habían heredado la enfermedad. Fernando II, emperador de Alemania, ordenó que los inmortalizaran en los lienzos que hoy, asombrados, pueden contemplar los turistas.
Hay todavía mas:  Una interesante teoría fundamenta el asunto de la duplicación de las heridas. Esto funcionaría mas o menos así: Si en forma de lobo un fulano de estos es herido - pongamos por ejemplo que un cazador le cortara una garra - la herida aparecería también en el cuerpo físico de la forma humana del hombre – lobo,  es decir, una de las manos aparecería gravemente herida o incluso le faltaría totalmente cuando volviera a su forma normal.
Petronio, director de espectáculos en la corte de Nerón, cuenta una interesante historia lobizonera en su novela El Satiricón, en la que un hombre,  en una noche de luna llena, fue a visitar a su amada, pidiéndole a un amigo soldado que lo acompañara. En el camino, el soldado se detuvo repentinamente, se quitó la ropa, se transformó en lobo y se perdió en la oscuridad. Al llegar a la casa de su amada, el hombre escuchó que uno de los sirvientes se había enfrentado con un lobo y lo había herido con su espada en el cuello. Al día siguiente, el hombre encontró al soldado en el cuartel muriendo por una herida de espada en su cuello.
Del centro de Francia llega esta otra historia. Un cazador fue atacado por un lobo. En la feroz batalla, el hombre logró cercenarle una pata y hacer que huya. Éste colocó el miembro cortado en su bolsa y en el camino de regreso se detuvo en la casa de un noble para relatar su aventura. Pero cuando sacó la pata se encontró con la delicada mano de una mujer cuyo dedo portaba un anillo de matrimonio. Creyendo reconocer el anillo, el noble subió las escaleras y encontró a su esposa vendándose el brazo sangrante. Ella confesó ser una mujer lobo y fue quemada en la hoguera.
No son muchos los registros de mujeres lobos.
Al caso anterior podría agregársele algún otro como el referente a la mujer de un granjero alemán que participaba en la siega cerca de Caasburg, en el verano de 1721, que además tiene la particularidad de ser una de las pocas apariciones diurnas que registran las crónicas. 
Hallándose en plena faena, la mujer manifestó que tenía la necesidad de alejarse del lugar, no sin antes hacerle prometer a su marido que si se acercaba algún animal salvaje le tiraría su sombrero y echaría a correr. Luego de que la mujer se fue, apareció un lobo. El granjero le tiró el sombrero y rajó, pero uno de los campesinos, que ignoraba estas recomendaciones o que quizá tenía pasta de valiente, sin inmutarse demasiado lo atravesó con una horquilla. En ese instante la forma del animal cambió instantáneamente y todo el mundo quedó horrorizado al ver que acababan de matar a la mujer del granjero disparado.
La totalidad estos relatos se desarrollan en escenarios europeos y sin embargo de todos los monstruos universales clásicos, éste es el más humano, el más cercano y el mas tangible, lo que testimonia su universalidad.
En la mitología guaraní aparece como el séptimo y último hijo de la unión maldita de Tau y Kerana, que engendró los siete monstruos sietemesinos:  Tejú Jaguá, Mboi Tu'í, Moñai, Jasÿ Jateré, Kurupí, Ao Ao y  Luisö.
En este ultimó recayó la mayor maldición que pesaba sobre sus progenitores, por lo que es el monstruo mas temido y aborrecido de los engendros malditos. Mientras sus hermanos traen justicia, venganza, castigos a los que se exceden, protegen la flora y la fauna,  roban niños, silban o  merodean, Luisö juega con el destino del alma, que, en el colmo de su obrar maléfico,  se vuelve irredimible una vez que él interviene.
Dicen que cuando nace un luisón, en el cielo, brilla de un extraño modo, la conformación de estrellas conocidas como Las Siete Cabrillas, en señal de que la maldición de Tau y Kerana sigue vigente.
Fundado en esta referencia, y no obstante los abrumadores antecedentes foráneos y la exagerada coincidencia fonética de todas las variantes conocidas del mito guaraní - Jhisó, Jhuicho, Huicho, Lubisó, Juisó, Luisón, Luisö-  que tiñen de sospechoso el argumento,  el antropólogo Daniel Granada insiste en que ya era conocido en América mucho antes de la llegada de los españoles. Ambrosetti sostiene que vino de Europa con la conquista, especialmente con los colonizadores lusos, - en el sur de Brasil es muy popular -  contaminándose luego con los aportes de la  criptozoología americana como el yaguareté abá y otros seres análogos, ya que en el continente no había lobos, de allí que el Lobisón de estas comarcas no sea exactamente un perfecto hombre lobo.
Toda la información disponible en los archivos y los relatos de cronistas especializados, en términos mas o menos generales autorizan a escribir el mito de la forma que se postula a continuación:
Ser Lobisón es condición fatal del séptimo hijo varón seguido, y se materializa en la metamorfosis que sufre el tipo, los días viernes de luna llena, en las que se convierte en un espeluznante animal, identidad bajo la cual  comete toda clase de canalladas.
Su representación más frecuente es bajo la forma de un perro negro y corpulento, de orejas desmesuradas que le cubren la cara y con las que produce un fuerte chasquido. Sus patas se parecen a pezuñas, y sus ojos son fulgurantes. Su color suele ser bayo o negro, según la piel del individuo. También es común representarlo como un animal en el que se combinan las naturalezas del perro y el cerdo. Con menor frecuencia se lo describe como un aguará guazú, una oveja, un cerdo o una mula.
La transformación no ocurre en cualquier momento, sino a las doce de la noche de los viernes y dura hasta que el sol se asome por la mañana volviéndose a convertir de esta manera en un ser humano. Las referencias indican en realidad  los viernes de luna llena.
Luison guaranitico
Según se cuenta, el hombre que padece esta  maldición experimenta,  un par de horas antes del suceso, una extraña y una acuciante necesidad de soledad, que lo lleva a apartarse de sus semejantes y ganar la intimidad del monte, donde a la hora señalada se quitará la ropa y se revolcará sobre algún material disgregado como arena o cenizas, mientras reza un credo al revés, hasta que opera la metamorfosis, y entonces sale entonces de correrías hasta que el canto del gallo lo devuelva a su humana condición.
Con las oposiciones y negaciones habituales, se le imputa también, comer criaturas aún no bautizadas, ovejas y terneros. Otros dicen que una vez emperrado, se dirige a los cementerios para alimentarse de cadáveres, o a chiqueros y gallineros donde ingiere toda clase de porquerías, y que es capaz de realizar alguna que otra  iniquidad, como la rondar a las doncellas, en especial si son pechugonas, aunque este caso parece ser mas un detalle agregado por espíritus lascivos que características  del personaje, por lo que, por las dudas, conviene desconfiar. 
Algunos reportes sostienen  que es inmune a las armas de fuego, y solo se lo puede herir con un arma blanca, otros en cambio denuncian que sólo si se le dispara una bala de plata, se muere, recobrando luego de muerto su aspecto humano. También se asegura que en sus correrías sostiene formidables combates con los perros, que, a pesar de toda la destreza que puedan desarrollar nunca logran hacerle nada, pues los aterroriza con su aspecto feroz y repugnante.
Al individuo del que se dice que es uno de ellos,  por lo general se lo describe como un sujeto delgado, alto, de mal color, aroma desagradable y enfermo del estómago. Dado el menú que se le atribuye no debe extrañar esas descomposturas, igual que el hecho de que todos los sábados tiene que guardar cama forzosamente, como resultado de las aventuras gastronómicas de la noche pasada.
Hay que aclarar sin embargo, que no todos los que guardan cama los sábado son Lobisones. Los varones adultos de estas esquinas planetaria, han adoptado una muy peculiar costumbre - a la que bautizaron casualmente viernes lobizonero – que es una especie de noche de franco, obviamente la del día viernes,  en la que, mortales comunes, sin importar el numero de hermanos ni el orden de cigüeña, salen a recorrer los bares y borracherías de las ciudades cometiendo, clandestinamente o no, toda clase de iniquidades, y cuyas consecuencias por lo general solo se curan con horas de  catre los días sábados,  pero ello no tiene nada de mítico ni legendario.
Las formas de romper el hechizo son varias, aunque parece reconocerse cierta preeminencia la de bautizar al niño en siete iglesias distintas con el nombre de Benito y el padrinazgo del mayor de los siete hermanos, que en la en Argentina, con la pasión casi obsesiva por oficializar la tilinguería,  a la costumbre de que  el hermano mayor sea el padrino, se la cambió  por el padrinazgo presidencial.
La historia parece que puede certificar que en el año 1907 se realizó el primer bautismo de este tipo: Un inmigrante ruso importó una tradición que cumplían rigurosamente los zares, pero fue recién en 1973 cuando un decreto legalizó la costumbre que ya se había generalizado en la práctica, y estableció que los progenitores de un séptimo hijo varón pueden hacerse compadre del Presidente de la Nación de turno.
Los mandatarios generalmente no concurren, y se hacen representar por algún lobo que tenga a mano. La oficina de Padrinazgos de la Presidencia se encarga después de hacerle llegar al apadrinado, una medallita de oro, un diploma conmemorativo y una beca de estudios.
Otro detalle interesante que también se refiere a la ruptura del hechizo es aquel que advierte que si alguno, de noche, se encontrase con uno de ellos y sin reconocerlo lo hiriese, inmediatamente cesaría el encanto y éste recobraría su forma primitiva de hombre manifestándole, en medio de las mas vivas protestas,  su profunda gratitud por haber hecho desaparecer la fatalidad que pesaba sobre él.
La gratitud del redimido tiene, sin embargo, las mas funestas consecuencias, pues el tipo tratará de exterminar, por todos los medios posibles a su bienhechor, de modo que lo mejor, cuando sé lo encuentra es huir despavoridamente o matarlo sin mas tramites,  sin tener que  exponerse a esas desagradables gratitudes.
Los correntinos sostienen que para ahuyentarlo, hay una fórmula infalible: Hacerle la señal de la cruz y tirarle con botellas y tizones encendidos.
La explicación es,  si se quiere, elemental: la cruz es el payé guazú, el talismán mayor; las botellas cortan y los tizones queman. El Lobisón sabe que, si es alcanzado, quedará marcado para siempre y cualquiera lo reconocería a la distancia. Otro dato inconfundible: el Lobisón come excrementos de gallina, por eso cualquier correntino sabe que, cuando el patio está limpio, no es porque las gallinas se hayan vuelto educadas, sino porque el hechizado anda rondando
El folklore, como es de prever, suele agregarle muchos detalles que hasta pueden resultar divertidos.
Según dichas referencias  alguien puede convertirse en Lobisón...
1.- Si practica la zoofilia
2.- Si nace la noche de Navidad
3.- Si es víctima de una maldición.
4.- Si es pelirrojo.
5.- Si es poseído por el Diablo
6.- Si bebe en un charco donde antes ha bebido un Lobisón
7.- Si fuese concebido en luna llena
8.- Si se durmiese a la intemperie en un viernes de luna llena
9.- Si mirase a los ojos de un Lobisón.
10.- Si un Lobisón lo muerde o le cruza entre las piernas.
11.- Si pregunta demasiado por ellos.
Como es fácil de advertir,  por el simple hecho de cometer cualesquiera de estas acciones, se sufre la metamorfosis, se hagan tales cosas con intención de ser lobo o sin ella, pero si se evidencia verdadero interés de ser Lobisón no sé tiene que fiar de cosas tan sencillas.  Ahí ya es necesario recurrir al Usan Lupus, un grimorio de la época de los Aquelarres, que describe complicadas ceremonias y ritos abominables, con los que se podría,  si así se lo desea,  llegar a convertirse en lobo.
Lo que no se puede explicar, son las ventajas de orden práctico que se obtendrían con  estas transmutaciones.
En el cine se pueden contabilizar una enorme cantidad de películas con hombres lobo, y también el origen de los estereotipos que desdibujaron la leyenda, como el asunto de la bala de plata, la transformación de los martes o el procrear con mujeres. En la Argentina también se trató este tema y fue de la mano de Leonardo Favio que filmó una de las mejores películas nacionales de todos los tiempos llamada Nazareno Cruz y el Lobo, protagonizado por Juan José Camero y que es una adaptación libre del radioteatro El Lobizón de Pago Largo de Juan Carlos Chiappe.
Cabría  todavía algunas reflexiones de orden práctico.
A un aficionado a las estadísticas no le va a costar mucho descubrir que un Lobisón cualquiera tiene cincuenta y tres posibilidades anuales transformarse, número que representa la cantidad de días viernes que tiene un año. La luna llena reduce las probabilidades matemáticas a apenas trece, que son los ciclos lunares anuales. La astronomía, que no se fija mucho en estas sutilezas, llega  a dictámenes todavía mucho mas contundentes: En el 2002 a los Lobisones les fue permitido emperrase solo dos vez, en el 2003 una y en el 2004 las únicas tres oportunidades se dieron el seis de febrero, el dos de julio y el veintiséis de noviembre. Seis veces en mil noventa y cinco días, es francamente una insignificancia de la que no vale la pena ocuparse...
Y fíjese, que aunque el mito resulte prometedor por que se presta redondamente para el mecaneo metafísico, Ramiro Piedrabuena, el recopilador, no halló en toda la zona granguardina ni un solo caso concreto de lobisonismo.
Un viejo creyó rescatar algo de los arrabales de su memoria, pero fue rápidamente desmentido por Cabañas, el domador, y otros testigos que aseguraron que el hecho se trato simplemente de un perro de estancia, - algo mas grande que el normal de su tipo -  que siguiendo a la peonada, se extravió y con su campesina ingenuidad canina vino a dar de hocicos con una banda de pichichos puebleros medio patoteros, quienes, celosos de sus territorios invadidos, armaron un batifondo un tanto desmesurado, que obligó a la intervención de algunos vecinos y de un policía franco de servicio para separar a los mas enardecidos.
Otro, bajo los efectos de cierto cordial que servían al copeo los almacenes principales,  se atrevió a candidatear un caso, pero el hecho resulto ser un pobre oligofrénico, al que sus familiares sustraían de las vistas de los lechuzones para evitar la vergüenza. Hay que aclarar de inmediato, que hace cincuenta o sesenta años, un discapacitado de esa naturaleza se aceptaba con resignado fatalismo y se prefería no mostrarlo en público, por lo que se lo confinaba a vivir en los galpones, por lo general en no muy recomendables condiciones de higiene.
El caso mas cercano parecía ser el de un colono que vivía rodeado de perros y tenía una singular cultura que los diferenciaba de los demás. Tal vez por eso, por su barba, y por la superchería habitual de los ignorantes, o lo que fuera, el caso es que al pobre hombre lo mataron, y malamente, pues lo torturaron y luego lo ahorcaron colgándolo de una viga de su casa. Pero de lobizón nada de nada. Tomas Caballero, el bate granguardino,  le ha dedicado un cuento que rescata a este personaje.
A CasimiroPiedrabuena. encontrar un caso se le transformó en una obsesión. Rastreó en los archivos, preguntó a los viejos, conversó con el cura, buscó en el Registro Civil...y nada. Después abrió su propio registro de sospechosos y armo un calendario donde consignaba prolijamente las fases de la luna;  vigiló los gallineros, montó guardia en el cementerio, crió un aguará guazú... y nada.
La metamorfosis de Casimiro, por Omar Barrionuevo, excelente artista de los formoseños
Por fin, una noche en que estaba sobando horas muertas junto a otros atorrantes, en un mostrador de ginebra y truco, un personaje de profesión incierta y extrañas habilidades con la guitarra, que solía frecuentar los fogones para la época de las yerras, una suerte de payador posmoderno, mezcla de José Larralde y Pibes Chorros, le dijo en tono confidente que no pregunte mas, pues los Lobisones no existen, pero para Casimiro ya era demasiado tarde.
A esa altura se sentía mareado, tenía la irrefrenable necesidad de estar solo en el monte y de revolcarse sobre arena.
Era viernes y afuera había luna llena.

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