Cuando Perrault escribió Caperucita Roja - hace ya
mas de trescientos años- quizá ni sospechaba que su peludo protagonista sería
uno de los personajes de terror más difundido de todos los tiempos, o tal vez
si, y lo usó justamente por eso. Después, gracias a Bram Stoker, Mary Shelley y
Robert Louis Stevensson, le salieron sangrientos competidores, - Drácula,
Frankenstein y el Doctor Jekyll -, pero el
hombre lobo los derrotó por afano y hoy sigue siendo el ser mitológico
que desde el fondo de los tiempos encarna los temores mas profundos del hombre,
esos que guarda su memoria de especie, grabada atávicamente en el núcleo reptil
del cerebro y que se perpetúan al calor de las leyendas y de las tradiciones
que se transmiten en forma oral de generación en generación.
Porque hay que decirlo sin eufemismos: Nadie le
cuenta a sus párvulos cuentos de vampiros, cadáveres recauchutados o médicos
trastornados. Estos personajes no son mas que frutos de la intelectualización
literaria de algunos de los temores humanos y se sustentan fundamentalmente en
sus novelas. Sin ellas serían casi nada, mientras que el Lobisón, sin otros
escritos que algunos cuentos mas o menos leíbles, viene siendo el símbolo
universal del miedo del hombre frente a lo mas cruel de la naturaleza, es decir la muerte, la
oscuridad, lo desconocido y a partir de allí es que el mito pertenece a la más
poderosa memoria fantástica del colectivo humano. Su terrible tragedia
constituye la esencia de la eterna lucha entre el bien y el mal.
Nada cuesta razonar que en su figura toman cuerpo
muchos temores inconscientes colectivos sublimados a partir de una amenaza
real. Es muy sintomático que las leyendas sobre licantropía hayan proliferado
en ámbitos rurales de economía pastoril en los que los ataques de lobos eran
frecuentes, como la
Europa Medieval, donde era el mayor carnívoro y el predador
más peligroso, en honor a sus características mas notables: crueldad desmedida,
ferocidad bestial y hambre insaciable.
Ambrosetti asegura que fuera del alcance de las
ciencia o de la idea de un dios superior, no hay una forma mejor de explicar
los caprichos de la naturaleza que humanizar a sus criaturas más peligrosas y
dañinas, ya que humanizar supone conferir capacidad moral al animal, es decir, el animal hace el mal porque es
malvado y solo puede ser malvado si es humano, por que solo el hombre se guía
por un código ético y es capaz, por tanto, de transgredirlo.
Lo sustancial del mito descansa en tres elementos:
maldición, metamorfosis y terror. Un hombre lobo es esencialmente un ser humano
maldito, de apariencia normal durante el día, que de noche se transforma en
lobo adquiriendo las habilidades y características propias del animal, que como
se sabe no son muy hospitalarias.
A partir de allí cada cultura le fue aportado lo
suyo, de acuerdo a sus entornos ambientales, a sus miedos y a sus propias
vivencias y conveniencias...hasta que llegó Hollywood. De allí en mas las
versiones conocidas derivan del estereotipo y de las convenciones creadas por
los guionistas cinematográficos
Hay que comenzar por el principio.
Los griegos, que parecen ser los que tienen la
patente de invención, explican así su origen: Lycaón, rey de Acadia, se atrevió
a poner a prueba la omnisciencia de Júpiter, Dios de los mas bravos,
sirviéndole un plato preparado con carne humana. El convidado reconoció los
ingredientes del platillo y procedió en consecuencia: Castigó a Licaón
transformándole en un lobo.
Lycaon era el hijo de Pelasgus y Meliboea, padre de Oenotrus y el primer rey mítico de Arcadia. Él
era el padre de Callisto y, según alguno, él crió a su hijo Arcas. En la mitología griega Lycaón era un rey de Arcadia
hijo de Pelasgo, al que sucedió y de Melibea, Cilene o Deyanira. Otras
versiones lo hacen hijo de Titán y la Tierra. Era un rey culto y religioso, muy querido por su
pueblo, al que ayudó a abandonar la vida salvaje que habían llevado hasta
entonces. Fundó la ciudad de Licosura, una de las más antiguas de Grecia, y en
ella erigió un altar a Zeus Licio. Pero su apasionada religiosidad le llevó a
realizar sacrificios humanos, lo que degeneró su posterior metamorfosis. Ovidio
afirma que llegó al punto de sacrificar a todos los extranjeros que llegaban a
su casa, violando la sagrada ley de la hospitalidad. Lycaón fue padre de una numerosa prole, algunos autores afirman que llegaban a
cincuenta, tenidos de distintas mujeres. Los hijos de Licaón eran famosos por
su insolencia e impiedad, y sus crímenes llegaron a oídos de Zeus, que se
disfrazó de viejo mendigo y acudió al palacio de los licaónidas para comprobar
si los rumores eran ciertos. Los jóvenes príncipes tuvieron la osadía de
asesinar a su propio hermano Níctimo y servir sus entrañas al huésped,
mezcladas con las de animales. Zeus descubrió el engaño y enfurecido convirtió
a todos en lobos, los fulminó con su rayo o tuvieron que exiliarse para
siempre, según las versiones. Después devolvió la vida a Níctimo, que sucedió a
su padre en el reino de Arcadia. También existe la versión de que Lycaón, pensando
que era un mendigo, se preparó para asesinarle, pero alertado por algunas
señales divinas, quiso asegurarse antes de que el huésped no era un dios, como
afirmaban sus temerosos súbditos. Para ello hizo cocinar la carne de una de sus
víctimas o de un esclavo, y se lo sirvió a Zeus. Éste montó en cólera y
transformó a Lycaón en un lobo, incendiando después el palacio que había sido
testigo de tanta crueldad. Según Apolodoro fue en el reinado de éste último
cuando se produjo el diluvio de Deucalión, provocado precisamente por ira que
generó a Zeus la impiedad de los hijos de Lycaón. Suidas ofrece otra versión de la historia, según la
cual Lycaón había extendido, con el fin de que su pueblo se volviese más
piadoso, el rumor de que Zeus iba a visitarle a menudo de incógnito. Para
comprobarlo sus hijos fueron los que mataron a un niño y mezclaron su carne con
la de los bueyes preparados para el sacrificio al dios, que fulminó con un rayo
a los asesinos. Fue entonces cuando Lycaón, inocente, instituyó las lupercales.
Las Fiestas Lupercales eran, en la Antigua Roma,
unas fiestas que se celebraban el día 15 del mes de febrero. Su nombre deriva
supuestamente de lupus , lobo, animal que representa a Fauno Luperco e hircus,
macho cabrío, un animal impuro. Fueron instituidas por Evandro el arcadio en
honor de Pan Liceo, también llamado Fauno Luperco, el que protegía al lobo, y
protegía contra Februo. Un cuerpo especial de sacerdotes, los Lupercos o
Luperci, Sodales Luperci o amigos del lobo eran elegidos anualmente entre los
ciudadanos más ilustres de la ciudad que debían ser en su origen adolescentes
que sobrevivían de la caza y el merodeo en el bosque durante el tiempo de su
iniciación en la edad adulta, lo que por aquel entonces era un tiempo sagrado y
transitorio en que se comportaban como lobos humanos. Se reunían el 15 de
febrero en la recientemente encontrada gruta del Lupercal, más tarde llamada Ruminal
en honor a Rómulo y Remo, en el monte
Palatino. Según la tradición fue en este lugar donde Fauno Luperco tomando la
forma de una loba, había amamantado a los gemelos Rómulo y Remo, y en cuyo
honor se hacía la fiesta.
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Lycaón y la furia del Dios que lo castigó |
Respecto del platillo de Lycaon, podría uno agregarsele innecesarios detalles literarios:
Que al plato le faltaba sal, que estaba un poco frío o algo excedido de
cocción, pero la verdad, la verdad, es que el asunto desnuda la aversión
grecolatina por el canibalismo antropofágico y establece un contraste, tal vez
desmesurado, con el antropófago por antonomasia: El lobo.
También es seguro que Licaón tenía pelo de estúpido:
pasó a la posteridad como la fuente de terror de sus súbditos, célebre por su
crueldad y como el imbécil que trato de joderlo al capo mas cojudo del Olimpo.
De Lycaón,
Licantropía. En griego lykos, lobo y anthropos, hombre. Literalmente
hombre lobo, latinizado luego como Homo Lupus y de allí el Lobis Hómen o
Lobishómen portugués, el Lobisonte, Lobisone o Lobisón español, el Lobisón,
Lubisón o Luisón, en América, el Luisö, huichó o luichó, en el área
guaranítica, donde pese a la exagerada
coincidencia fonética y de detalles, hay quienes sostienen que tenía identidad
propia aun antes de la conquista.
Los anglosajones evolucionaron en forma parecida
desde la leyenda de Werewolves de la Alemania medieval hasta el conocido Wolfman, ya definitivamente americanizado.
En el resto de Europa el mito está presente en el
Waerul danés, el Volkulaku eslavo, el
Warulf sueco, el Lupo Manaro italiano, el Bisclavaret bretón, el Währ-Wölffe
germano, el Lukokantzari macedonio y el Gerulf o Loup-Garoup francés.
En la literatura romana clásica la transformación de
hombres en lobos aparece con sospechosa frecuencia. Virgilio, que vivió en el
siglo I a.C., es el primer autor latino que menciona esta superstición, le
siguieron el ya mencionado Ovidio en su célebre Metamorfosis, de la época de
Julio Cesar, y Propercio, Servio y Petronio, entre otros. Finalmente también
Plinio el Joven cuenta las andanzas de un desgraciado que se transformaba en
lobo, condición en la recorría los campos padeciendo toda clase de
sufrimientos.
Alemania, Hungría y Francia aparecen como los
países mas destacados a este respecto y en
su folklore y mitología abundan los casos de transmutaciones
licantrópicas, tal vez por sus tradicionales características pastoriles y la
abundancia de lobos en sus territorios.
La historia y la mitología no suelen ser muy
claras cuando nos los describen, pero haciendo un esfuerzo se pueden rescatar
de ellas, los hombres lobos famosos a
través de los tiempos y que son varios.
Habría que descontar previamente a los
criados por lobos, como Rómulo y Remo,
los de la leyenda del origen de Roma, o el Caso Hesse, de 1341, que es
el primero que registra irrefutablemente un niño criado por lobos. Al perecer
el muchacho, descubierto por unos cazadores, se desplazaba exclusivamente en
cuatro patas y saltaba muy alto. Cautivo, no puso soportar su nueva vida y
murió rápidamente. Algunos años mas tarde, también en Alemania, las crónicas
registran otro nuevo caso de un niño alimentado por lobos Esta vez, el retorno a la civilización no
acarrea la muerte del infante, quien aprende a hablar y vive hasta los 80 años.
Los documentos evocan, sin embargo, su tristeza al haber sido separado de los
lobos, en especial de cierta loba barcina de la que no trascendió el nombre.
El mas famoso de todos, debe ser el Lobo
Feroz. Pese a su aparente fantasía infantil, y de su moraleja – no hablar con
desconocidos- es claramente uno de
hombre lobo. Es un cuento verdaderamente siniestro: Caperucita, la pequeña
ingenua e indefensa, frente al lobo perverso que la devora: El hombre frente a
la naturaleza.
El medioevo europeo fue la matriz generosa en
la que se gestaron los relatos mas sabrosos del mito por que fue una época muy
oscura, cargada de supersticiones, donde fácilmente podían proliferar ideas
extravagantes como la creencia de que los humanos podían transformarse en
animales.
Se pensaba, por ejemplo, que cubrirse con la piel
era una vía para convertirse en ese animal. Los guerreros escandinavos - los
vikingos- hicieron de esa creencia parte de su arsenal militar, con lo que
consolidaron su bien ganada fama de guerreros imbatibles, crueles y valientes
en grado superlativo. De entre ellos, unos especialmente feroces, los
Berserker, saltaban al combate semidesnudos, cubiertos de pieles de osos - la
palabra berserk significa camisa de oso-
en estado de trance, poseídos por un furor sagrado, sin que el hierro
les pudiese herir ni el fuego quemar, aullando como bestias, con la boca
espumante y mordiendo salvajemente sus escudos. Su sola presencia aterrorizaba
a sus rivales.
La cúspide del oscurantismo medieval, los
siglos XV y XVI, fueron tiempos
borrascosos en los que campeaban, codo a codo, las mas arbitrarias ideas de
autoridad, absurdos miedos ancestrales, atavismos de especie, supercherías
grotescas, fobias irracionales y un dogmatismo religioso altamente fanatizado
cuando no radicalizado.
Por sobre los señores, los príncipes de la Iglesia Católica
regían la vida de las personas, dictaban los patrones de conducta y daba las
explicaciones de los fenómenos que las gentes no comprendían. Galileo sostenía
que tampoco ellos los comprendían, pero eso es otra historia.
De acuerdo con la doctrina eclesiástica, la
intención de Satán era destruir la civilización y para ello requería de hordas
de discípulos en las que brujas y licántropos ocupaban la platabanda central,
por eso la brujería y la licantropía eran pecados de los que no se salía sino a
través de la hoguera.
Para detenerlos, la Iglesia creó la Inquisición, un
proceso legal expeditivo y extremo, con
procedimientos sangrientos, crueles, demencial y de un celo principista
irracional, donde la confesión era la prueba, por lo que la tortura se
convirtió en un medio legal para obtenerla.
Las confesiones eran de dudosa autenticidad
debido justamente al proceso de interrogación: En mazmorras inmundas, los
hervían en aceite, los colgaban de los pulgares, los marcaban con tenazas
calientes, los estiraban en los potros o lisa y llanamente los molían a palos.
Bajo esas circunstancias casi todos descubrían que no habían nacido para héroes
y confesaban rápidamente ser hombres lobo o brujas como una forma de ahorrarse
un inútil sufrimiento, para regocijo de Torquemada y sus secuaces que en ese
rápido desenlace encontraban números para engrosar las estadísticas y
justificar sus sueldos.
Ser acusado era casi lo mismo que ser
condenado ya que muy pocos resultaban absueltos. Los culpables eran declarados
herejes. Si se arrepentían se los ahorcaba, si no, eran quemados en la hoguera.
En Francia a principios de 1500, seguramente
por influencia del papado residente en Avignón,
aparecieron casos de licantropía en proporciones epidémicas y menudearon
los autos de fe.
Cualquiera que viviera en Francia en el siglo
XVI, solo, aislado de los demás, que fuera medio desaliñado y que se comportara
de forma mas o menos rara o desagradable, podía ser visto como un loup garoup,
con las consecuencias señaladas. Gilles Garnier, un campesino cejijunto, medio
tímido y solitario que vivía como un ermitaño en un choza en las afueras de
Dole, se constituyó en un caso emblemático. Aldeanos que rescataron a una niña
del ataque de un lobo, creyeron reconocerlo como autor del ataque. Sostenían
que se había transformado al frotarse la piel con un ungüento mágico. Una
semana más tarde lo atraparon y lo torturaron bárbaramente hasta obtener una
confesión que alcanzó para quemarlo en la hoguera. Después descubrieron al lobo
autor del ataque, pero para Gilles ya era demasiado tarde.
Cervantes se refiere al mito en Persiles y
Segismunda y las crónicas peninsulares rescatan otro caso famoso. En 1850, una
tranquila aldea gallega se vio sacudida por la desaparición y la muerte de
varias personas, cuyos cadáveres aparecían en el bosque presentando salvajes
heridas junto a incisiones propias de un cirujano. La leyenda del hombre lobo
se expandió rápidamente y nadie quería cruzar los bosques. Sin embargo, Manuel
Blanco Romasanta, un vendedor de baratijas, no tenía problemas en adentrarse en las espesuras, lo que no tardó en llamar
la atención de los aldeanos. Manuel fue capturado, juzgado y condenado en base
a su declaración en la que confesaba ser un hombre lobo y haber dado muerte a
trece personas utilizando luego sus grasas para hacer jabón. Sin embargo
Romasanta evitó la condena de muerte amparándose en su aparente licantropía que
ya se comenzaba a estudiar como un estado de enajenación mental que impedía
comprender la criminalidad de los actos. No obstante fue desterrado a un lejano
país donde fue, finalmente, devorado por los lobos.
En el castillo de Ambras, cercano a
Innsbruck, en el Tirol austríaco se conservan varios lienzos que representan a
un adulto y a dos niños con el rostro totalmente cubierto de pelo y una feroz
expresión que muchos consideran ejemplares del mítico hombre lobo.
Sin embargo los protagonistas de esas
pinturas vivieron en realidad. El adulto se llamaba Pedro Gonzálvez y nació en
el seno de una acomodada familia de las islas Canarias.
Alcanzada la pubertad, la primer sombra de barba
le resultó una desmesura, pues padecía de hipertricosis lanuginosa, un
hirsutismo atroz, que cubrió enteramente su cuerpo de vello y lo enterró en la
noche de la infelicidad y la vergüenza.
A los veinticinco años de edad, harto de
sufrir humillaciones, emprendió un viaje a París que ya por entonces era la
cuna de los depiladores, donde, según decían, se podía combatir su desdicha.
Parece que el tratamiento dio algún resultado, pues Pedro volvió a su pueblo
casado con una bella parisina, de la que no trascendió mas datos. Sin embargo
el drama continuó cuando comprobó que sus dos hijos habían heredado la
enfermedad. Fernando II, emperador de Alemania, ordenó que los inmortalizaran
en los lienzos que hoy, asombrados, pueden contemplar los turistas.
Hay todavía mas: Una interesante teoría fundamenta el asunto
de la duplicación de las heridas. Esto funcionaría mas o menos así: Si en forma
de lobo un fulano de estos es herido - pongamos por ejemplo que un cazador le cortara
una garra - la herida aparecería también en el cuerpo físico de la forma humana
del hombre – lobo, es decir, una de las
manos aparecería gravemente herida o incluso le faltaría totalmente cuando
volviera a su forma normal.
Petronio, director de espectáculos en la
corte de Nerón, cuenta una interesante historia lobizonera en su novela El
Satiricón, en la que un hombre, en una
noche de luna llena, fue a visitar a su amada, pidiéndole a un amigo soldado
que lo acompañara. En el camino, el soldado se detuvo repentinamente, se quitó
la ropa, se transformó en lobo y se perdió en la oscuridad. Al llegar a la casa
de su amada, el hombre escuchó que uno de los sirvientes se había enfrentado
con un lobo y lo había herido con su espada en el cuello. Al día siguiente, el
hombre encontró al soldado en el cuartel muriendo por una herida de espada en
su cuello.
Del centro de Francia llega esta otra
historia. Un cazador fue atacado por un lobo. En la feroz batalla, el hombre
logró cercenarle una pata y hacer que huya. Éste colocó el miembro cortado en
su bolsa y en el camino de regreso se detuvo en la casa de un noble para
relatar su aventura. Pero cuando sacó la pata se encontró con la delicada mano
de una mujer cuyo dedo portaba un anillo de matrimonio. Creyendo reconocer el
anillo, el noble subió las escaleras y encontró a su esposa vendándose el brazo
sangrante. Ella confesó ser una mujer lobo y fue quemada en la hoguera.
No son muchos los registros de mujeres lobos.
Al caso anterior podría agregársele algún
otro como el referente a la mujer de un granjero alemán que participaba en la
siega cerca de Caasburg, en el verano de 1721, que además tiene la
particularidad de ser una de las pocas apariciones diurnas que registran las
crónicas.
Hallándose en plena faena, la mujer manifestó
que tenía la necesidad de alejarse del lugar, no sin antes hacerle prometer a
su marido que si se acercaba algún animal salvaje le tiraría su sombrero y
echaría a correr. Luego de que la mujer se fue, apareció un lobo. El granjero
le tiró el sombrero y rajó, pero uno de los campesinos, que ignoraba estas
recomendaciones o que quizá tenía pasta de valiente, sin inmutarse demasiado lo
atravesó con una horquilla. En ese instante la forma del animal cambió
instantáneamente y todo el mundo quedó horrorizado al ver que acababan de matar
a la mujer del granjero disparado.
La totalidad estos relatos se desarrollan en
escenarios europeos y sin embargo de todos los monstruos universales clásicos,
éste es el más humano, el más cercano y el mas tangible, lo que testimonia su
universalidad.
En la mitología guaraní aparece como el séptimo y
último hijo de la unión maldita de Tau y Kerana, que engendró los siete
monstruos sietemesinos: Tejú Jaguá, Mboi
Tu'í, Moñai, Jasÿ Jateré, Kurupí, Ao Ao y
Luisö.
En este ultimó recayó la mayor maldición que pesaba
sobre sus progenitores, por lo que es el monstruo mas temido y aborrecido de
los engendros malditos. Mientras sus hermanos traen justicia, venganza,
castigos a los que se exceden, protegen la flora y la fauna, roban niños, silban o merodean, Luisö juega con el destino del
alma, que, en el colmo de su obrar maléfico,
se vuelve irredimible una vez que él interviene.
Dicen que cuando nace un luisón, en el cielo, brilla
de un extraño modo, la conformación de estrellas conocidas como Las Siete Cabrillas,
en señal de que la maldición de Tau y Kerana sigue vigente.
Fundado en esta referencia, y no obstante los
abrumadores antecedentes foráneos y la exagerada coincidencia fonética de todas
las variantes conocidas del mito guaraní - Jhisó, Jhuicho, Huicho, Lubisó,
Juisó, Luisón, Luisö- que tiñen de
sospechoso el argumento, el antropólogo
Daniel Granada insiste en que ya era conocido en América mucho antes de la
llegada de los españoles. Ambrosetti sostiene que vino de Europa con la
conquista, especialmente con los colonizadores lusos, - en el sur de Brasil es
muy popular - contaminándose luego con
los aportes de la criptozoología
americana como el yaguareté abá y otros seres análogos, ya que en el continente
no había lobos, de allí que el Lobisón de estas comarcas no sea exactamente un
perfecto hombre lobo.
Toda la información disponible en los archivos y los
relatos de cronistas especializados, en términos mas o menos generales
autorizan a escribir el mito de la forma que se postula a continuación:
Ser Lobisón es condición fatal del séptimo hijo
varón seguido, y se materializa en la metamorfosis que sufre el tipo, los días
viernes de luna llena, en las que se convierte en un espeluznante animal,
identidad bajo la cual comete toda clase
de canalladas.
Su representación más frecuente es bajo la forma de
un perro negro y corpulento, de orejas desmesuradas que le cubren la cara y con
las que produce un fuerte chasquido. Sus patas se parecen a pezuñas, y sus ojos
son fulgurantes. Su color suele ser bayo o negro, según la piel del individuo.
También es común representarlo como un animal en el que se combinan las
naturalezas del perro y el cerdo. Con menor frecuencia se lo describe como un
aguará guazú, una oveja, un cerdo o una mula.
La transformación no ocurre en cualquier momento,
sino a las doce de la noche de los viernes y dura hasta que el sol se asome por
la mañana volviéndose a convertir de esta manera en un ser humano. Las
referencias indican en realidad los
viernes de luna llena.
|
Luison guaranitico |
Según se cuenta, el hombre que padece esta maldición experimenta, un par de horas antes del suceso, una extraña
y una acuciante necesidad de soledad, que lo lleva a apartarse de sus semejantes
y ganar la intimidad del monte, donde a la hora señalada se quitará la ropa y
se revolcará sobre algún material disgregado como arena o cenizas, mientras
reza un credo al revés, hasta que opera la metamorfosis, y entonces sale
entonces de correrías hasta que el canto del gallo lo devuelva a su humana
condición.
Con las oposiciones y negaciones habituales, se le
imputa también, comer criaturas aún no bautizadas, ovejas y terneros. Otros
dicen que una vez emperrado, se dirige a los cementerios para alimentarse de
cadáveres, o a chiqueros y gallineros donde ingiere toda clase de porquerías, y
que es capaz de realizar alguna que otra
iniquidad, como la rondar a las doncellas, en especial si son
pechugonas, aunque este caso parece ser mas un detalle agregado por espíritus
lascivos que características del
personaje, por lo que, por las dudas, conviene desconfiar.
Algunos reportes sostienen que es inmune a las armas de fuego, y solo se
lo puede herir con un arma blanca, otros en cambio denuncian que sólo si se le
dispara una bala de plata, se muere, recobrando luego de muerto su aspecto
humano. También se asegura que en sus correrías sostiene formidables combates
con los perros, que, a pesar de toda la destreza que puedan desarrollar nunca
logran hacerle nada, pues los aterroriza con su aspecto feroz y repugnante.
Al individuo del que se dice que es uno de
ellos, por lo general se lo describe
como un sujeto delgado, alto, de mal color, aroma desagradable y enfermo del
estómago. Dado el menú que se le atribuye no debe extrañar esas descomposturas,
igual que el hecho de que todos los sábados tiene que guardar cama
forzosamente, como resultado de las aventuras gastronómicas de la noche pasada.
Hay que aclarar sin embargo, que no todos los
que guardan cama los sábado son Lobisones. Los varones adultos de estas
esquinas planetaria, han adoptado una muy peculiar costumbre - a la que
bautizaron casualmente viernes lobizonero – que es una especie de noche de
franco, obviamente la del día viernes,
en la que, mortales comunes, sin importar el numero de hermanos ni el
orden de cigüeña, salen a recorrer los bares y borracherías de las ciudades
cometiendo, clandestinamente o no, toda clase de iniquidades, y cuyas
consecuencias por lo general solo se curan con horas de catre los días sábados, pero ello no tiene nada de mítico ni
legendario.
Las formas de romper el hechizo son varias,
aunque parece reconocerse cierta preeminencia la de bautizar al niño en siete
iglesias distintas con el nombre de Benito y el padrinazgo del mayor de los
siete hermanos, que en la en Argentina, con la pasión casi obsesiva por
oficializar la tilinguería, a la
costumbre de que el hermano mayor sea el
padrino, se la cambió por el padrinazgo
presidencial.
La historia parece que puede certificar que en el
año 1907 se realizó el primer bautismo de este tipo: Un inmigrante ruso importó
una tradición que cumplían rigurosamente los zares, pero fue recién en 1973
cuando un decreto legalizó la costumbre que ya se había generalizado en la
práctica, y estableció que los progenitores de un séptimo hijo varón pueden
hacerse compadre del Presidente de la
Nación de turno.
Los mandatarios generalmente no concurren, y se
hacen representar por algún lobo que tenga a mano. La oficina de Padrinazgos de
la Presidencia
se encarga después de hacerle llegar al apadrinado, una medallita de oro, un
diploma conmemorativo y una beca de estudios.
Otro detalle interesante que también se
refiere a la ruptura del hechizo es aquel que advierte que si alguno, de noche,
se encontrase con uno de ellos y sin reconocerlo lo hiriese, inmediatamente
cesaría el encanto y éste recobraría su forma primitiva de hombre
manifestándole, en medio de las mas vivas protestas, su profunda gratitud por haber hecho
desaparecer la fatalidad que pesaba sobre él.
La gratitud del redimido tiene, sin embargo,
las mas funestas consecuencias, pues el tipo tratará de exterminar, por todos
los medios posibles a su bienhechor, de modo que lo mejor, cuando sé lo
encuentra es huir despavoridamente o matarlo sin mas tramites, sin tener que
exponerse a esas desagradables gratitudes.
Los correntinos sostienen que para
ahuyentarlo, hay una fórmula infalible: Hacerle la señal de la cruz y tirarle
con botellas y tizones encendidos.
La explicación es, si se quiere, elemental: la cruz es el payé
guazú, el talismán mayor; las botellas cortan y los tizones queman. El Lobisón
sabe que, si es alcanzado, quedará marcado para siempre y cualquiera lo
reconocería a la distancia. Otro dato inconfundible: el Lobisón come
excrementos de gallina, por eso cualquier correntino sabe que, cuando el patio está
limpio, no es porque las gallinas se hayan vuelto educadas, sino porque el
hechizado anda rondando
El folklore, como es de prever, suele
agregarle muchos detalles que hasta pueden resultar divertidos.
Según dichas referencias alguien puede convertirse en Lobisón...
1.- Si practica la zoofilia
2.- Si nace la noche de Navidad
3.- Si es víctima de una maldición.
4.- Si es pelirrojo.
5.- Si es poseído por el Diablo
6.- Si bebe en un charco donde antes ha
bebido un Lobisón
7.- Si fuese concebido en luna llena
8.- Si se durmiese a la intemperie en un
viernes de luna llena
9.- Si mirase a los ojos de un Lobisón.
10.- Si un Lobisón lo muerde o le cruza entre
las piernas.
11.- Si pregunta demasiado por ellos.
Como es fácil de advertir, por el simple hecho de cometer cualesquiera
de estas acciones, se sufre la metamorfosis, se hagan tales cosas con intención
de ser lobo o sin ella, pero si se evidencia verdadero interés de ser Lobisón
no sé tiene que fiar de cosas tan sencillas.
Ahí ya es necesario recurrir al Usan Lupus, un grimorio de la época de
los Aquelarres, que describe complicadas ceremonias y ritos abominables, con
los que se podría, si así se lo
desea, llegar a convertirse en lobo.
Lo que no se puede explicar, son las ventajas
de orden práctico que se obtendrían con
estas transmutaciones.
En el cine se pueden contabilizar una enorme
cantidad de películas con hombres lobo, y también el origen de los estereotipos
que desdibujaron la leyenda, como el asunto de la bala de plata, la
transformación de los martes o el procrear con mujeres. En la Argentina también se
trató este tema y fue de la mano de Leonardo Favio que filmó una de las mejores
películas nacionales de todos los tiempos llamada Nazareno Cruz y el Lobo,
protagonizado por Juan José Camero y que es una adaptación libre del
radioteatro El Lobizón de Pago Largo de Juan Carlos Chiappe.
Cabría
todavía algunas reflexiones de orden práctico.
A un aficionado a las estadísticas no le va a
costar mucho descubrir que un Lobisón cualquiera tiene cincuenta y tres
posibilidades anuales transformarse, número que representa la cantidad de días
viernes que tiene un año. La luna llena reduce las probabilidades matemáticas a
apenas trece, que son los ciclos lunares anuales. La astronomía, que no se fija
mucho en estas sutilezas, llega a
dictámenes todavía mucho mas contundentes: En el 2002 a los Lobisones les fue
permitido emperrase solo dos vez, en el 2003 una y en el 2004 las únicas tres
oportunidades se dieron el seis de febrero, el dos de julio y el veintiséis de
noviembre. Seis veces en mil noventa y cinco días, es francamente una
insignificancia de la que no vale la pena ocuparse...
Y fíjese, que aunque el mito resulte
prometedor por que se presta redondamente para el mecaneo metafísico, Ramiro
Piedrabuena, el recopilador, no halló en toda la zona granguardina ni un solo
caso concreto de lobisonismo.
Un viejo creyó rescatar algo de los arrabales
de su memoria, pero fue rápidamente desmentido por Cabañas, el domador, y otros
testigos que aseguraron que el hecho se trato simplemente de un perro de
estancia, - algo mas grande que el normal de su tipo - que siguiendo a la peonada, se extravió y con
su campesina ingenuidad canina vino a dar de hocicos con una banda de pichichos
puebleros medio patoteros, quienes, celosos de sus territorios invadidos,
armaron un batifondo un tanto desmesurado, que obligó a la intervención de
algunos vecinos y de un policía franco de servicio para separar a los mas
enardecidos.
Otro, bajo los efectos de cierto cordial que
servían al copeo los almacenes principales,
se atrevió a candidatear un caso, pero el hecho resulto ser un pobre
oligofrénico, al que sus familiares sustraían de las vistas de los lechuzones
para evitar la vergüenza. Hay que aclarar de inmediato, que hace cincuenta o
sesenta años, un discapacitado de esa naturaleza se aceptaba con resignado
fatalismo y se prefería no mostrarlo en público, por lo que se lo confinaba a
vivir en los galpones, por lo general en no muy recomendables condiciones de
higiene.
El caso mas cercano parecía ser el de un
colono que vivía rodeado de perros y tenía una singular cultura que los
diferenciaba de los demás. Tal vez por eso, por su barba, y por la superchería
habitual de los ignorantes, o lo que fuera, el caso es que al pobre hombre lo
mataron, y malamente, pues lo torturaron y luego lo ahorcaron colgándolo de una
viga de su casa. Pero de lobizón nada de nada. Tomas Caballero, el bate
granguardino, le ha dedicado un cuento
que rescata a este personaje.
A CasimiroPiedrabuena. encontrar un caso se le
transformó en una obsesión. Rastreó en los archivos, preguntó a los viejos,
conversó con el cura, buscó en el Registro Civil...y nada. Después abrió su
propio registro de sospechosos y armo un calendario donde consignaba
prolijamente las fases de la luna;
vigiló los gallineros, montó guardia en el cementerio, crió un aguará
guazú... y nada.
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La metamorfosis de Casimiro, por Omar Barrionuevo, excelente artista de los formoseños |
Por fin, una noche en que estaba sobando horas
muertas junto a otros atorrantes, en un mostrador de ginebra y truco, un
personaje de profesión incierta y extrañas habilidades con la guitarra, que
solía frecuentar los fogones para la época de las yerras, una suerte de payador
posmoderno, mezcla de José Larralde y Pibes Chorros, le dijo en tono confidente
que no pregunte mas, pues los Lobisones no existen, pero para Casimiro ya era
demasiado tarde.
A esa altura se sentía mareado, tenía la
irrefrenable necesidad de estar solo en el monte y de revolcarse sobre arena.
Era viernes y afuera había luna llena.