Ese hueco lo hice yo hace cuarenta y pico de años.
Allí escondíamos cigarrillos, revistas, ginebra...
Era buzón, caja de seguridad y punto de encuentro en medio del monte.
Tenía entonces, un trozo de corteza que oficiaba de puerta y ocultaba
nuestros tesoros.
Hace poco volví a él.
Allí estaba, como entonces.
Su negra oquedad se me antojó una boca riendo por el reencuentro, pero
yo supe que seguía guardando los secretos milenarios del universo y continuaba siendo
el lugar donde nacen las lunas llenas.
Como entonces.
Natura e ingenio forzaron el hueco
que el secular monte, presto lo
encubrió
y fue su silencio y sigilo sano
cómplice y hermano de aquel que lo vivió
Árboles siameses, nacidos pegados
enroscados, fuertes, la tierra los crió
hormigas o un rayo, creó el intersticio
que machete y serrucho, tosco
completó
Una rama caída, no quiso estar ausente
Y un poco de corteza, gentilmente cedió
y emprolijada a hachuela y mucha picardía
de tapa, de puerta, a aquel cofre sirvió
Su gola profunda, llena de misterios,
secreteó amores, tabaco y licor
escondió milagros, de versos cansinos
libros de poesía, novelas de autor.
Y en las siestas bravas, de enero o febrero
con vacaciones pagas, a estudio y sudor
con algunos tragos de destilo de enebro
y humo de chala, buscando estupor.
El D´Artagnan prohibido, el Así morboso
dentro de su buche, también se escondió
sustraídos a sigilo, y pies en
puntilla
de abajo de la almohada, del que se durmió
Y fue punto de encuentro, el lugar de citas
Si hasta guayabas, crió en
derredor
por semillas traídas, por exploradores
en aquellas jornadas, en las que
él floreció
Presenció disputas, amores primarios
fue buzón, cartero, para cartas de amor
y de aquellos niños, experimentando vida
fue discreto amigo, testigo y mentor
Y también a veces, solo, mano a mano
su oscura garganta, misterios contó
les habló de lunas, de universos libres
de utopías, de sueños, de un mundo mejor
Y pasó el tiempo, y con plumas volaron
aquellos chiquillos, a los tanto amó
y la tapa justa, de corteza y velo
en el cronos del monte también se perdió.
Se sumió en silencio, se entregó a su oficio
esperando nada, tal vez bostezó
hasta aquella siesta, también pleno enero
que un vendaval de ausencia, hasta él me llevó.
Lo miré angustiado, temí su condena.
pero un Pico Blanco en sus ramas posó,
y sentí su alegría, vibré con su abrazo,
y su bozarrón antiguo, al cabo me habló.
¡Volviste!, me dijo. Volví, dije yo.
Me he sentido solo, todos estos años.
¿Dónde fueron todos?, quedo, reclamó.
Y mis secos labios, de niño asombrado,
algodonado de años, apenas respondió:
¿Qué se yo, hermano? ¡Andan por la vida, pero yo aquí estoy!